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​​Otra entrega de #QueCorraLaSangre, ya llevamos 10 publicacio | Cimarronas

​​Otra entrega de #QueCorraLaSangre, ya llevamos 10 publicaciones semanales sobre experiencias menstruantes. ¡Muchas gracias por su colaboración y su entusiasmo !

"Sin rastro"
Alina

Cuando me levanté lo sentí, sí. Fue esa sensación familiar de los primeros días. Estaba bajando, corriendo, nada más. Se sentía normal, tan normal como el correr del agua por la garganta. Pero no se vio así; la silla de plástico blanco estaba manchada. Tampoco era la gran cosa, el problema se fue enseguida con pasar un pedazo de papel húmedo. Yo estaba feliz, era un buen día, aquello sería una gotica, dos, tres; un puntico; un nada que podría confundirse con el manotazo a un mosquito; una bobería. No era ni mediodía todavía, quedaban varias horas para regresar a la casa, habría que solucionarlo cuando llegara al baño de la oficina. Por suerte tenía agua, por suerte era un lugar limpio, por suerte tenía jabón, papel y toallitas húmedas, por suerte en el pantry estaban el cubo y un jarrito para fregar cuando se va el agua, por suerte no había más nadie; por suerte no me sentía mal, nada de dolor en ese mes. Toda esa suerte fue necesaria para resolver lo que me esperaba cuando llegara al baño. Debajo del vestido se había cometido un asesinato, no podía haber otra explicación. Mi ropa, antes gris claro, ahora carmelita oscuro; yo, antes seca, ahora mojada; antes blúmer, ahora una tela que en nada se diferenciaba de la ¿almohadilla?, ¿higiénica?, ¿compresa?, ¿íntima? No sé, no sé en qué se había convertido mi menstruación ese día, pero aquello no tenía nada de limpio, ni de privado, ni de comprimido, ni de cómodo, a pesar de mi suerte, que tampoco era suerte, sino una buena suma de privilegios.

Sin poder salir volando de ahí hasta mi casa, cualquier solución que implicara trasladarme al único lugar cómodo para menstruar en paz, conllevaba manchar más cosas y mostrar mis manchas. Idea descartada. Además, ese día tenía trabajo por la tarde y nunca una mancha ha figurado en la lista de justificaciones para no ir a trabajar. Claro, ni las manchas de fango, ni las de café, ni las del puré de tomate de las pizzas tienen el poder de hacer sentir sobre una el peso del pecado original, ese que nos acompaña aunque ni sepamos bien en qué consiste.

Agua, semicuclillas, cubo, jarro, jabón. Restriega entre los muslos las huellas de la crecida. Corta el hilo de sangre que baja que se mata, quién sabe con la intención de ensuciar qué, ya va por la pantorrilla. Limpia las gotas que saltaron a los bordes de la taza. Se escapó algo de la íntima al intentar enrollarla, busca entonces la frazada para limpiar el suelo. Ten cuidado o te meterás aquí todo el día quitando evidencias. Asegúrate de que todo está limpio: muslos, piernas, piso, taza, frazada. Pasa al lavamanos. Agua y jabón para quitar la mancha del vestido. Restriega y restriega, restriega duro, que el vestido no tiene la culpa de que tú pienses que la menstruación es normal. Revisa nuevamente que todo esté en orden, que no queden manchas por ninguna parte. Perfecto. Nadie podrá decir que por este baño tan lindo ha pasado alguna vez alguien que menstrúe, mucho menos que tú has menstruado alguna vez, nadie podrá decir que estás manchada. No queda ningún rastro de aquel crimen que cometiste sin enterarte, de aquel asesinato que tú misma descubriste debajo del vestido. Vuelve a revisarte antes de salir, que te pasas la vida embarrándote. Muy bien. Bueno, por si acaso ponte dos íntimas, para que no haya casualidades por la tarde, hoy no es día de ahorrar.

Yo no sé cuánto tiempo estuve allí dentro, pero las piernas me dolían mucho, como si hubiera estado subiendo y bajando escaleras toda la mañana. Cuando regresé a la oficina y me senté, no sabía ni qué contarle a mi mamá sobre lo que había pasado, porque la menstruación es normal, porque yo siempre me mancho y porque tenía todo lo que necesitaba para resolver mi problema, no tenía de qué quejarme. Fue solo mirar al techo y respirar.