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Entonces vino un hijo de carpintero y predicó contra los judío | La religión en el Nacional Socialismo

Entonces vino un hijo de carpintero y predicó contra los judíos, los explotadores del pueblo, los hijos del diablo. Cristo corrió de aldea en aldea, de ciudad en ciudad. El pueblo despertó. Cada vez más grande se hizo el número de sus adeptos y la masa de aquellos que creían en él. Los sacerdotes y escribas judíos, empero, reflexionaron cómo podían matarlo. En Jerusalén, la ciudad capital del país, los judíos estaban representados en mayor número. Indeciblemente sufría la población autóctona bajo la férula de la crueldad judía. Pero Cristo resolvió ir a esta ciudad y comenzar también allí su lucha. Sus discípulos estaban con él. Ellos conocían al judío y temían que a su Maestro le pudiese suceder algo. A pesar de ello, Cristo hizo su entrada en la ciudad de elevado emplazamiento. Con vivas, palmas y flores fue recibido. Pero pronto vino la tragedia. Secretamente azuzaron los escribas y sacerdotes judíos ante el gobernador romano y consiguieron que éste dictara la carta requisitoria contra Cristo. Un bastardo de judío que estaba en su grupo de
discípulos, traicionó al maestro por treinta monedas de plata.


¡Qué juego diabólico debió haber practicado Judas hasta que hubo llegado el momento en que pudo entregar al Maestro a sus esbirros! El ciudadano no-judío de Jerusalén se dio cuenta de que si defendía al antisemita Cristo se pondría en peligro. Pensó de la misma manera que el ciudadano de nuestro actual Estado. Por eso se quedó en casa y dejó que sucediera lo que sucedió. Cristo fue arrastrado ante el juzgado romano. El funcionario Pilato no pudo encontrar ninguna culpa en él y quiso volver a dejarlo libre. Entonces vinieron los fariseos y los rabinos, una delegación como hoy frecuentemente aparece en el Reichstag para evitar una ley dirigida contra los judíos, y exigieron la condena a muerte. Todavía siguió negándose Pilato. Entonces volvieron los judíos y dijeron: “Si no nos entregas al antisemita Jesucristo exigiremos del emperador que te separe de tu cargo.” Delante del palacio se reunió la infra-humanidad sobornada por los judíos, comunistas y bolcheviques de los suburbios de Jerusalén. Cuando Pilato salió al balcón con Cristo la masa humana bramó azuzada por el judío: “¡Crucificadlo! ¡Crucificadlo!” Por las ventanas miraban los Cohns, los banqueros, y sonreían con sorna ¡porque veían que su plan estaba teniendo éxito! El funcionario romano se allanó al terror y a pesar de confesar de que no encontraba culpa alguna en el Nazareno, lo entregó a los judíos para que lo crucificasen.

~Julius Streicher. - 5 de mayo en la Herkulessaal, en Núremberg, 1928.