2021-08-31 12:41:49
Ha dicho el Papa que "vacunarse es un acto de amor". En otras palabras sería "los que se nieguen a la vacuna no aman". O de una manera más radical aún "no vacunarse es un crimen de odio".
Se avecina a grandes pasos el harto predecible destino de persecuciones y sufrimientos para los que no quieran recibir esta inyección.
Es cierto que aún no es obligatorio vacunarse contra el covid. El problema es que aunque no sea legalmente obligatorio, sí lo es moralmente. La actitud aceptable, la esperable, la que encaja en la moral actual es vacunarse.
La población vacunada mira con recelo a la no vacunada y desea ansiosamente que se tomen las cartas pertinentes al respecto. Ávidos de proceder ellos mismos vacunando a la fuerza a los "infractores". No existe la menor inclinación al debate.
Esta actitud mezquina y apresurada de los vacunados no debe sorprendernos. Después de todo ellos fueron corriendo a los hospitales no movidos por la información sino por el miedo. Es decir que no estamos ante personas que se distingan necesariamente por su capacidad de reflexión. Estamos ante personas impulsivas que, una vez desatado el miedo, atropellan irracionalmente.
Los vacunados no oyen razones y sólo si se los ve acusar y descalificar desesperadamente con estigmas que van desde "antivacunas", pasando por "terraplanistas" y llegando hasta la acusación de "locos". Lo que los vacunados quieren es que los no vacunados se vacunen y punto. Pero ningún vacunado puede informarnos acerca de los componentes o los efectos adversos de esta inyección.
Notemos la increíble paradoja: la vacuna es un dogma incuestionable en una sociedad que, empachada de progresismo, se jactaba con soberbia de haber salido al fin de las tinieblas de la Edad Media.
Y sin embargo esta plandemia ha dejado al descubierto que la cacería de brujas, la inquisición, el destierro y otros expedientes propios de la policía del pensamiento siguen vigentes, aunque esta vez disfrazados de "salud pública".
Los que quemaban "herejes" creían estar haciendo un bien al cuerpo social, tal como dentro de muy poco lo creerán los vacunados condenando a los no vacunados.
Renegar del dogma de la vacuna es la nueva herejía condenada (como estamos viendo en vivo y en directo) por la misma cabeza de la Iglesia Católica. Institución medieval si las hay.
A pesar de todas las quejas históricas de marxistas y liberales vapuleando a la Edad Media, el espíritu medieval sigue intacto y ellos, marxistas y liberales por igual, están pronto a denunciar, perseguir y dar muerte a los no vacunados. Es demasiado sugerente que no se oiga a los eternos detractores de la Iglesia Católica sospechar de este comentario del Papa según el cual "vacunarse es un acto de amor". Por primera y única vez pareciera que el Vaticano no quiere controlar, no quiere manipular a nadie y extrañamente el Papa, sospechado por sus críticos de todas las sospechas posibles, se sale con la suya.
Nadie sospecha del romance entre el Vaticano y la vacuna del covid. Ningún protestante, ningún ateo, ninguna feminista desconfía de las palabras de Bergoglio. Ningún anti católico reflexiona: "un momento, si el Papa me pide que me vacune es porque quiere controlarme".
¿Qué es lo que está sucediendo que no se oye sospecha alguna?
Pues no se oye sospecha alguna porque la vacuna es el nuevo paradigma, es la ideología definitiva. La vacuna es la síntesis palpitante donde izquierdas y derechas al fin se dan la mano. Todas las razas, todos los pueblos, todas las religiones y todos los sistemas económicos se encuentran genuflexos ante la nueva religión mundial de las vacunas.
Los que eran condenados a la hoguera no tenían posibilidad de intentar razonar con sus perseguidores. Los no vacunados tampoco tendrán esa posibilidad. Serán acusados de representar un enorme peligro para la salud de la población vacunada. Y toda la población vacunada se anunciará furiosamente como la que cumplió con su deber inyectándose una, dos, tres, veinte dosis. Y los no vacunados, los nuevos herejes, serán arrojados sabrá Dios dónde. Sabrá Dios a qué fuegos.
Nereo Roston.
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