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Amado y, sin embargo Afligido 2 NUESTRO TEXTO, NO OBSTANTE, N | Teología Reformada y Saludable 📖✝⛪️

Amado y, sin embargo Afligido 2

NUESTRO TEXTO, NO OBSTANTE, NO SOLO REGISTRA EL HECHO, SINO QUE MENCIONA UN INFORME DE DICHO HECHO: Las hermanas mandaron avisar a Jesús. Mantengamos una correspondencia constante con nuestro Señor, contándole todo… Jesús sabe todo sobre nosotros, pero es un gran alivio revelarle nuestros sentimientos. Cuando los discípulos desconsolados de Juan el Bautista vieron a su líder decapitado, tomaron el cuerpo, lo enterraron y fueron y “dieron las nuevas a Jesús” (Mt. 14:12). Es lo mejor que pudieron haber hecho. En todas las tribulaciones, enviemos un mensaje a Jesús y no nos guardemos nuestro dolor. Con él, no hay necesidad de ser reservados. No hay ningún temor de que nos trate con fría soberbia, sin corazón o cruel traición. Él es un confidente que nunca nos traiciona, un Amigo que nunca nos rechaza.

Contamos con esta hermosa esperanza que nos motiva a contarle todo a Jesús: la seguridad de que él nos sostiene en medio del sufrimiento. Si acudimos a Jesús y le preguntamos: “Señor de toda gracia, ¿por qué estoy enfermo? Creía serte útil mientras gozaba de buena salud y ahora no puedo hacer nada; ¿por qué sucede esto?”. Es posible que le plazca mostrarnos el por qué o, si no, nos dará la voluntad para someternos con paciencia a su voluntad, aunque no la comprendamos. Él puede revelarnos su verdad para alentarnos, fortalecer nuestro corazón con su presencia o enviarnos consuelos inesperados y concedernos que nos gloriemos en nuestras aflicciones. “Oh pueblos; derramad delante de él vuestro corazón; Dios es nuestro refugio” (Sal. 62:8). No en vano Marta y María enviaron avisar a Jesús y, no en vano, buscamos su rostro. Recordemos también que Jesús puede sanar. No sería sabio vivir por una fe imaginaria y rechazar al médico y sus medicamentos, así como tampoco sería sabio descartar al carnicero, al sastre o pretender alimentarnos y vestirnos por fe; pero esto sería mucho mejor que olvidar por completo al Señor y confiar sólo en el hombre. La salud, tanto para el cuerpo como para el alma, ha de buscarse en Dios. Tomamos remedios, pero estos no pueden hacer nada aparte del Señor, “que sana todas nuestras dolencias” (Sal. 103:3). Podemos contarle a Jesús nuestros dolores y sufrimientos,
nuestra debilitación gradual y nuestra tos incontrolable. Algunas personas temen acudir a Dios para hablarle de su salud, le piden perdón del pecado, pero no se atreven a pedirle que les quite un dolor de cabeza a pesar de que, si Dios cuenta los cabellos de nuestra cabeza, que son algo externo, no es un favor más grande de su parte aliviar las palpitaciones y las presiones que tenemos dentro de la cabeza. Nuestras más grandes aflicciones, sin duda, son muy pequeñas para el gran Dios, así como nuestras pequeñeces no pueden ser todavía más pequeñas para él. Es una prueba de la grandeza de la mente de Dios que, a la vez que gobierna los cielos y la tierra, no está tan ocupado en eso como para olvidar los sufrimientos o las necesidades de ni siquiera uno de sus pobres hijos. Podemos acudir a él y hablarle del problema que tenemos con nuestra respiración, porque fue quien, en primer lugar, nos dio los pulmones y la vida. Podemos contarle de cómo nos está fallando la vista y de que ya no oímos bien como antes porque él nos dio la vista e hizo los oídos. Podemos mencionarle la rodilla inflamada, el dedo doblado, el cuello rígido y el pie torcido porque los hizo a todos, los redimió a todos y los resucitará a todos. Vayan ya mismo y díganle: “Señor, he aquí el que amas está enfermo”.

EN TERCER LUGAR, TOMEMOS NOTA EN EL CASO DE LÁZARO, UN RESULTADO QUE NO HUBIÉREMOS ESPERADO. Es indudable que cuando María y Marta mandaron avisar a Jesús, esperaban ver a Lázaro curado en cuanto el mensajero le diera la noticia al Maestro, pero no fue así. El Señor permaneció en el mismo lugar durante dos días y no fue hasta enterase de que Lázaro había muerto que habló de ir a Judea. Esto nos enseña que Jesús puede estar informado de nuestras tribulaciones y, aun así, actuar como si no le importara.