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#Relato Buenos días, les dejo un cuento que escribí en mis comienzos, por los agitados años '80s.

El tema es complicado para tratarlo en una ficción. Sepan que lo hice con el mayor de mis respetos y sin ánimo de ofender a nadie.
Hecha esta aclaración, ojalá tengan ganas de leerlo y dejarme algún comentario. Adoro las críticas constructivas, ya que me hacen crecer y eso es lo que quiero.

Si tienen ganas, busquen más cuentos en mi canal, es todo de ustedes... Bueno, basta de charla y vamos directamente al cuento:
Desaparecido
No quiero volver a ver la luz del sol. La última vez que lo hice, alguien con algo muy duro me golpeó violentamente en la nuca. Supongo que perdí el conocimiento y, cuando desperté, ya no había luz alguna.
Por más que forzara mi vista, no lograba ver absolutamente nada.
Corría el convulsionado año setenta y seis en Buenos Aires. Yo era entonces estudiante recién ingresado en la carrera de Derecho de la U.B.A., y tenía dieciocho años. Militaba en el Centro de Estudiantes de ese claustro, en el que figuraba prácticamente como el último orejón del tarro, como solía decir mi abuela. Mi trabajo dentro del Centro era sacar fotocopias o duplicaciones de los volantes que, más tarde, repartía junto con otros dos chicos de mi misma edad que también me acompañaban al final de ese tarro.
Un día de fines de abril de ese año, casi recién comenzadas las clases y mis actividades en el Centro, recibí el golpe del que te hablaba, y la más oscura noche comenzó para mi.
No sé cuánto tiempo transcurrió desde entonces. No tengo la menor idea. No he vuelto a escuchar radio, ni a ver televisión, ni a leer los diarios. Estoy aislado del mundo. Hoy por hoy, ni siquiera sé si vivo en Buenos Aires. Y voy más allá: no sabría decirte si estoy vivo...
Espero poder describirte bien lo que me ocurrió. Aunque no lo creas, espero que lo entiendas.
Los gritos de mis dos compañeros de trabajo en el Centro, llegaron y penetraron repentinamente en mis oídos, y abrí los ojos. No podía ver absolutamente nada. Entre grito y grito, podía oir caer las gotas de agua
provocadas por la terrible humedad que había en ese lugar. Percibí su olor. Realmente eso se parecía a la idea que tenía de una tumba. Seguramente era de noche. O quizás no. Tal vez era de día y el pozo en el que estaba sería tan profundo que no dejaba llegar la luz solar.
Un nuevo grito me estremeció. Otro alarido más. Sin dudas eran Rafael y Rubén, mis colegas de la facultad. No podía entender qué decían. Parecían aterrorizados. Tanteé a mis costados, buscando una pared para apoyar mi oreja en ella, para poder escuchar mejor, y tiré algo al suelo, que sonó con un ruido sordo, como una bolsa llena de basura blanda (pensándolo a la distancia, hoy estoy seguro de que se trataba de una rata tamaño gato). Escuché un rumor cercano y pregunté:
- ¿Qué pasa? ¿dónde estoy?
Obtuve como respuesta un grito, pero que no se dirigía a mi:
- ¡Cabrera! ¡Este ya se despertó!
Casi de inmediato, oí pasos acercándose a mí. Algo en mi interior, el instinto que tiene todo animal, me hizo retroceder hasta chocar mi espalda contra una sucia y musgosa pared. Incoherentemente, comencé a pensar en qué estarían pensando mis padres, ¿cuánto tiempo haría que estaba enterrado allí? Se abrió violentamente una puerta de hierro oxidado, dejando entrar la luz de una bombilla de 25w que hirió mis ojos al punto en que parecía que me clavaban algo en ellos. Alguien muy forzudo me empujó rudamente hacia esa luz que me lastimaba y salí del calabozo.


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