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Pocos apostaban por él cuando el 19 de diciembre de 2011 la lo | Última Hora Panamá

Pocos apostaban por él cuando el 19 de diciembre de 2011 la locutora de la televisión norcoreana Ri Chun-hee, vestida completamente de negro, anunció entre sollozos al mundo la muerte de Kim Jong-il, ocurrida dos días antes. Kim Jong-un, el hijo menor y sucesor del Querido Líder de Corea del Norte, era un casi completo desconocido, sobre el que se sabían pocos datos con seguridad. Que tenía unos 27 años y que carecía de experiencia sobre el gobierno de la nación más hermética del mundo. Muchos analistas consideraron que sería poco más que una marioneta en manos de hombres más experimentados, como su tío político el vicepresidente Jang Song-thaek, o que no duraría mucho en el poder.

Una década más tarde, Kim Jong-un ha demostrado ser mucho más que la caricatura con la que a menudo se le retrata en Occidente: un sanguinario tirano obeso y obsesionado con las armas nucleares. El tercer líder supremo de la dinastía Kim dirige con firmeza su país, donde ha impreso su propio estilo de mando: campechano cuando quiere, despiadado cuando le hace falta. Muy distinto, en todo caso, al de su padre, marcado por el terror a que la caída de la Unión Soviética pudiera repetirse en su régimen.


Con él al frente, Corea del Norte ha conseguido completar su programa nuclear. Ha restablecido los lazos con su antiguo aliado, China, de la que se había distanciado. Pero su precaria economía, tras unos años de crecimiento y relativa modernización, vuelve a tambalearse bajo el peso de las sanciones internacionales y la pandemia de covid. Y los derechos humanos continúan sufriendo horrendas violaciones.

Al asumir el poder aquel diciembre de 2011, aquel joven que pasó su adolescencia en Suiza “se puso manos a la obra desde el primer momento”, explicaba Robert Carlin, antiguo analista de la CIA para Corea en una reciente videoconferencia organizada por el centro Stimson, “se movió con celeridad para demostrar que tenía sus propias ideas, y de hecho algunas de sus iniciativas implicaban una crítica a Kim Jong-il”.

Su primer golpe sobre la mesa, y la demostración de que el joven no iba a ser una marioneta, llegó en 2013, cuando ordenó la detención, muy pública, de su tío en una asamblea del Partido de los Trabajadores y su posterior ejecución. Se deshacía así de un peligroso rival, a costa de enfriar durante años su relación con China, el país vecino y principal socio económico, con el que Jang mantenía excelentes relaciones.

El segundo golpe, igualmente cruel, llegaría cuatro años más tarde, en plena escalada de tensión con Estados Unidos, y también tendría como protagonista a un miembro de su familia que podía hacerle sombra: su hermano mayor Kim Jong-nam, al que mandó matar con gas nervioso en el aeropuerto de Kuala Lumpur en febrero de 2017.