2022-05-27 01:07:33
Lo más reflexivo que leerás hoy: sobre lo sucedido en Texas
Lo que pasó en Uvalde nos interpela. Lo hace porque esos niños asesinados (o ese joven asesino) podrían ser nuestros hijos, nuestros hermanos, nuestros sobrinos, nuestros nietos, nuestros amigos. Y ante las desgracias las preguntas se juntan. La más común “¿por qué?”.
Es también común que ante este tipo de desgracias se señale a Dios e incluso que al final de todo se le acuse: “¿por qué no hizo algo para que esto no pasase?”, dicen unos; mientras que otros se preguntan “¿dónde estaba Dios?”.
Cuando ese tipo de preguntas se formulan creo que debemos respetarlas. Debemos hacerlo porque en ocasiones el dolor nos hace decir -o preguntar- cosas que llevan más rabia que razón. Porque si nos ocupásemos de responder con honestidad a esos planteamientos tal vez deberíamos contestar de dos formas:
1) por una parte, que no podemos pedirle a Dios que esté cuando tantas veces le cerramos la puerta. Sucede en familias pero sucede también en las escuelas y en la sociedad. ¿No es verdad que hoy se prohíben crucifijos, se prohíbe rezar, se prohíbe hablar de Dios en las escuelas públicas? Pero también le cerramos la puerta cuando no lo reflejamos como deberíamos y, en consecuencia, no tratamos al otro como corresponde. No intento minimizar en absoluto los crímenes atroces del joven que disparó. No debió hacerlo y hoy sus malos actos hacen sufrir a familias y han quitado la vida a 21 personas. Pero con el pasar de los días vamos sabiendo más sobre ese chico y sabemos que le hacían bullyng, que se burlaban de él… ¡Cuántos niños y niñas sufren lo mismo! Y ese sufrimiento corre el riesgo de convertirse en odio. Odio que crece conforme pasan los días. ¡Qué dolor debía llevar ese muchacho dentro que le movió a cometer una estupidez como la que hizo! Y subrayó: es reprobable lo que hizo el joven. Tal vez tampoco alguien le ayudó a saber canalizar el odio que fue acumulando como resultado de años de burlas contra su persona. ¿Habían pensado en la muchedumbre de gente que tras la pandemia ha quedado, además de herida por burlas, heridas por soledad y tantos otros problemas como el empleo, una familia destrozada y soledad?
2) Por otra parte, a la pregunta de dónde estaba Dios debemos responder que, incluso sin merecerlo, Dios estaba en Uvalde. Por cuanto se sabe, el asesino chocó el coche antes de llegar a la escuela. He pensado que pudo ser una “primera manera” que tuvo Dios para detenerle, para hacerle reflexionar dos veces sobre lo que iba a hacer. Dios seguramente intervino, pero no le quitó la libertad como tampoco nos la quita a ninguno de nosotros, incluso si usamos nuestra libertad para el mal.
Dios también estuvo ahí en el policía que tuvo que abatir al joven sicario. ¿Habían pensado que pudieron ser 100 niños en lugar de 19 y 20 maestros en lugar de 2? Desgraciadamente no fueron 0… Dios estuvo ahí inspirando a gente para llegar y abrazar a los familiares de las víctimas. Estuvo ahí uniendo a una sociedad polarizada que ese día acogía a los afectados como suyos. Dios estuvo ahí en el médico que curó, en la enfermera que cuidó y velo por los pacientes. Estuvo en las personas de fe, la mayoría católicas, que acudían a consolar a quienes merodeaban la escuela afectada.
Y debemos decirlo y reconocerlo: Dios sigue aquí con nosotros haciéndonos pensar, poniéndonos preguntas que van más allá de las fronteras de nuestras casas. Porque si bien es cierto que en un primer momento interpela a examinarse sobre cosas que a veces pasamos de largo por el ritmo tan acelerado de vida (que si la educación que se da a los hijos, que si conozco a los amigos de mis hijos, que si hace cuánto que no le digo a mis hijos que los amo…) hasta el tipo de sociedad que estamos construyendo y la atención que ponemos a los que sufren.
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