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*VIDA DE SAN JOSÉ* *Hna. María Cecilia Baij* *Entrega 263* | 💐Libros católicos grabados💐 Apóstoles de Su Amor



*VIDA DE SAN JOSÉ*
*Hna. María Cecilia Baij*

*Entrega 263*

*LIBRO III*

*DESDE EGIPTO A NAZARETH HASTA LA PÉRDIDA DE JESÚS*

*CAPÍTULO VIII*

*VISITA A JERUSALÉN*( continuación)

Entre tantos consuelos en los cuales se inundaba su espíritu no le faltaron ciertas amarguras en verdad grandes, acordándose de lo que el anciano Simeón habla profetizado acerca de la Divina Madre, y de su Jesús. Fue esto una espada que hirió el corazón de nuestro José y entre tanta alegría fue luego obligado a derramar lágrimas de dolor, por lo cual en todas las circunstancias nuestro Santo tuvo la ocasión de sufrir grandes amarguras. Es verdad que sus consuelos eran indescriptibles, pero también sus dolores y angustias fueron inconcebibles porque en comparación del amor grande que tenía a su Dios era también muy grande su dolor. Después de haber terminado sus oraciones salieron del Templo y se fueron hacia Belén. En este viaje nuestro José iba más que nunca deseoso de llegar pronto a la suspirada cueva, donde había nacido su Redentor, y durante el camino iba manifestando a su Jesús las muchas Gracias que en el Templo había recibido del Padre Divino, cuando él estaba en Jerusalén y lo que el Ángel le manifestaba en el sueño y que su Dios ya le había prometido muchas Gracias como las que ya habla recibido y le decía: —"El Ángel no me manifestaba cuales eran las Gracias que Dios me prometía, sino solamente me decía que habrían sido grandes y que yo me preparara para recibirlas con oraciones y calurosas súplicas, y esto yo hacía, pero nunca habría podido pensar que hubiesen sido tan grandes. Nunca me paso por la mente poder llegar a casarme con vuestra Santa Madre y luego tener la dichosa suerte de ser vuestro padre adoptivo. ¡Oh, que Gracias más sublimes me ha hecho nuestro Dios al hacer que lo reemplazara haciendo sus veces en la tierra!"—. Y mientras estaba diciendo esto el Divino Niño le decía: —"¡ánimo!, alabemos conjuntamente al Padre Divino y démosle gracias por tantos favores incomparables que ha hecho a nuestro José"—, y solicitaba a la Divina Madre que Ella también compusiera algún cantico nuevo de alabanza a su Dios, y Ella lo hacía y luego le cantaba con tanta gracia y dulzura que los mismos Ángeles quedaban admirados. El Divino Niño la acompañaba. Igual nuestro José se ingeniaba en seguirla, y era una cosa maravillosa oírlos cantar tan dulce melodía; y después los pajaritos se juntaban en coros, cantando ellos también dulcemente y alabando a su manera al Rey y a la Reina del universo, y nuestro José todo extasiado por la dulzura del canto de su Santa esposa, realizaba ese viaje arrobado. ( Continuará)

*Apóstoles de Su Amor*