2021-11-26 00:01:28
“¡De Dios nadie se burla!” (Gal 6,7)
La fe no puede ser entendida si omitimos la dimensión del juicio. La misericordia se convertiría en un concepto sin contenido; la verdad degeneraría en un constructo meramente filosófico.
Es muy bueno que en estos días previos al Adviento, las lecturas bíblicas nos traigan a la memoria las así llamadas “postrimerías”. ¿Por qué la Sagrada Escritura nos habla de catástrofes, del Juicio Final, del castigo de los malvados y de la recompensa de los buenos? ¿Por qué la Palabra de Dios no duda en mostrarnos las consecuencias de actuar mal? ¿Será simplemente con el fin de amenazarnos o incluso por venganza?
¡No! ¡No es ésta la intención de Dios! Siempre y en todo lugar él llama a los hombres a la conversión. He aquí el concepto clave… ¿Por qué se nos transmite a nosotros, tantos siglos después, lo que sucedió en aquel entonces con el rey Baltasar? ¡Porque no es solamente una historia que incumbe al pueblo judío; sino que la Palabra de Dios nos ha sido dada como enseñanza para todos los tiempos!
La historia de este rey debe provocarnos un sano susto, al hacernos ver en qué desembocan la soberbia y la imprudencia, al mostrarnos lo que significa violar los mandamientos de Dios y al advertirnos de que ninguna potestad terrenal puede creer poder burlarse de Dios. No pueden hacerlo los gobernantes en el ámbito público, ni tampoco nosotros en nuestro ámbito privado.
El Juicio se acerca, y con él la justicia.
Pero el mensaje de consuelo es que antes viene el Redentor, el Salvador de las naciones… Cuanto más entendamos que las naciones han atraído sobre sí mismas una sentencia de juicio, tanto más podremos comprender el resplandor de la misericordia de Dios.
Viene Aquel que ha pagado la deuda de los hombres (Col 2,14); viene Aquel que puede borrar aquella sentencia de juicio y cuya mano quiere inscribir en nuestro corazón: “Tú eres mío, nadie podrá arrebatarte de Mi amor (cf. Jn 10,28)”.
Viene Aquel que nos llama a la conversión, el que puede sanar y liberar nuestra vida, el que hace nuevas todas las cosas.
Se presenta suplicante ante nuestros corazones y pide que le dejemos entrar. Con Él viene la bendición y la verdadera paz: paz con Dios, paz con el prójimo, paz con uno mismo.
Si le dejamos entrar, Él perdonará nuestra culpa, por muy grande que sea. Incluso un rey Baltasar podría salvarse; los heraldos de la cultura de la muerte podrían convertirse en testigos de la vida; los impuros, volverse castos; los soberbios, humildes; los tacaños, generosos; los perseguidores podrían convertirse en pregoneros del Reino de Dios…
Todo esto puede obrarlo Aquel para cuya Venida nos prepararemos en las próximas semanas y cuyo Retorno glorioso esperamos anhelantes. En Él resplandece la misericordia y el amor de Dios por los hombres. En Él brilla la luz de lo alto. ¡Él quiere salvar a todos los hombres! Dios tiene todo preparado para este banquete de reconciliación, si tan solo nosotros acogemos Su invitación.
Todo es posible cuando nos convertimos a Dios, porque Él nos ama. ¡Pero la condición es que nos convirtamos! ¡Más vale que lo hagamos hoy mismo, pues mañana podría ser demasiado tarde!
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