Aquellas rosas perfumaban
tanto como un jazmín,
suaves al contacto de la piel
iguales a ésas manos
que resbalaron sin querer.
Ellas plasmaron un sentir
en el libro aquel que se quedó sin fin,
una historia al compás de un suspiro
unas hojas tiradas al olvido.
Y ahí siguen los pétalos
unos en los dedos;
otros estrujados
en el latir del pecho.
A veces somos
espinas sin querer,
cuando en el versar de la vida
olvidamos poner a un lado la razón
y hacerle caso al corazón.
Sólo quiero de tí
lo mismo que saldría de mí,
una mirada de frente
de ésas que nunca mienten;
y un entrelazar de almas
para que le quede claro al universo
que para amar nacimos
aun cuando sea a destiempo...
