2021-04-27 19:51:42
Su edad media, de crecimiento, va desde Cannas a Accio; su edad clásica, de Accio a la muerte de Marco Aurelio; su decadencia, desde cómodo a la invasión de los bárbaros. Cuando empiezan a operar en Roma los dos disolventes que habían de terminar en su destrucción, Roma estaba completa, Roma era la unidad del orbe; no le quedaba nada por hacer. Todo lo extremo estaba realizado, y Roma no tenía vida interior; su religión se limitaba a regular ceremonias; su moral era una moral de pueblo sobre armas, militar, cívica; magníficos resortes para cuando se edificaba; inútiles, una vez concluida la construcción. Por eso el cansancio de Roma hubo de refugiarse en dos movimientos de vuelta hacia la vida interna: primero, el estoicismo de nuestro Séneca, que es todavía una actitud intelectual, sin efusión; luego, el Cristianismo, que era la negación de los principios romanos; la religión de los humildes y de los perseguidos, capaz de negar al César su divinidad y aun su dignidad sacerdotal. El Cristianismo minó los cimientos de la Roma agitada; pero falta todavía, para que Roma acabe de desaparecer, la catástrofe, la invasión de los bárbaros.
Estamos ahora, cabalmente, al fin de una edad que siguió tras la Edad Media, a la edad clásica de Roma. Destruida Roma empieza como un barbecho histórico. Luego empiezan a germinar nuevos brotes de cultura. Las raíces de la unidad van prendiendo por Europa. Y llega el siglo XIII, el siglo de Santo Tomás. En esta época la idea de todos es la 'unidad' metafísica, la unidad de Dios; cuando se tienen estas verdades absolutas todo se explica, y el mundo entero, que en este caso es Europa, funciona según la más perfecta economía de los siglos. Las Universidades de París y de Salamanca razonan sobre los mismos temas en el mismo latín. El mundo se ha encontrado a sí mismo. Pronto se realizará el Imperio Español, que es la unidad histórica, física, espiritual y teológica.
Hacia la tercera década del siglo XIII empiezan las congojas, las inquietudes; la sociedad ya no cree en sí misma, ya no cree tampoco, con el vigor de antes, en ningún principio superior. Esta falta de fe, en contraste con la pesadumbre de una sociedad otra vez perfecta, impulsa a los espíritus débiles a la fuga, a la vuelta a la Naturaleza.
Juan Jacobo Rousseau representa esta negación, y porque pierde la fe de que haya verdades absolutas crea su Contrato social, donde teoriza que las cosas deben moverse, no por formas de razón, sino de voluntad. Surgen los economistas y empiezan a interpretar la historia por referencia a las nociones de mercancía, valor y cambio. Surge la gran industria, y con ella la transformación del artesanado en proletariado. Surge el demagogo, que encuentra dispuesta una masa proletaria reducida a la desesperación, y lo que se creyó progreso indefinido estalla en la Guerra de 1914, que es la tentativa de suicidio de Europa.
La Europa de Santo Tomás era una Europa explicada por un mismo pensamiento. La Europa de 1914 trae la afirmación de que no quiere ser una. Producto de la guerra europea es la creación de legiones de hombres sin ocupación, después de aquella catástrofe se desmovilizan las fábricas y se convierten en enormes masas de hombres parados; la industria se encuentra desquiciada, aparece la competencia de las fábricas y se levantan las barreras aduaneras. En esta situación, perdida, además, toda la fe en los principios eternos, ¿qué se avecina para Europa? Se avecina, sin duda, una nueva invasión de los bárbaros.
Pero hay dos tesis: la catastrófica, que ve la invasión como inevitable y da por perdido y caduco lo bueno, la que sólo confía en que tras la catástrofe empiece a germinar una nueva Edad Media, y la tesis nuestra, que aspira a tender un puente sobre la invasión de los bárbaros: a asumir, sin catástrofe intermedia, cuando la nueva edad hubiera de tener fecundo, y a salvar, de la edad en que vivimos, todos los valores espirituales de la civilización."
-José Antonio Primo de Rivera.
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