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Por un momento se sintió como si un ente invisible hubiese soltado un empellón en su tórax al verla. Abrió y cerró los ojos, ya que su miembro dolió con la fuerte punzada que atravesó su tronco… Olía a… No sabía a qué olía, pero… el pecho se le aceleró con braveza. El príncipe esperaba encontrarse con una anciana, no con una belleza de cabello color ébano y ojos azules. El zumbido en sus oídos lo aturdió y se fue sobre ella con espada en mano, llevándola contra la pared.

La hechicera se tragó lo que le causaba el sujeto, una cosa era verlo en las llamas y otra tenerlo de frente. Los pezones los sintió pesados y el filo de la hoja quedó en la yugular de la bruja que mantuvo la mirada en los nudillos del príncipe, quien respiraba con furia. Ella sacó sus caderas sintiendo la verga endurecida que se escondía detrás de los pantalones, necesitaba besarlo, ya que ese era el primer paso: ponerlo a probar su veneno.

—Tus días acabaron, hija de perra…

Ella alzó la vista mirándolo a los ojos y él sintió que le atravesaban el pecho con una daga. Los pálpitos en su verga era algo insoportable, no tenía sentido el que su boca ansiaba tanto la de ella y le atribuyó las ganas al hecho de que su cerebro sabía que no le costaba nada tomarla.

Estaba casi desnuda y lo miraba a los ojos de una manera que… Tuvo que empuñar el mango de la espada con fuerza, la mano que estaba en su cintura tocó su miembro con insolencia y este le dolió todavía más. La boca la tenía llena de saliva y miró atrás, estaba en lo más recóndito del bosque, nadie lo siguió y…

—Sé lo que quieres hacer y está bien —musitó ella mareando más al príncipe—. Moriré y será nuestro secreto…

Se humectó los labios y no supo de donde surgió el impulso que lo hizo arrojar la espada lejos, yéndose sobre ella. Sus labios chocaron, la lengua de ella nadó en su boca en busca de la suya y ambos corazones se sincronizaron, latiendo a un mismo ritmo. Emma sabía que con un beso podía confundirlo, pero tenía claro que entregando su cuerpo podría conseguir que se perdiera. Le quitó la chaqueta y llevó los dedos a los botones de la camisa que empezó a soltar.

Los pies del bárbaro se negaban a moverse en lo que saboreaba aquella boca, tenía que arrancarle la cabeza e irse, pero lo único que le apetecía era empalarla con la verga que no dejaba de tomar grosor. Todo era tan confuso que sentía que no sabía lo que hacía, él echó la cabeza hacia atrás queriendo salir del pantano al que se estaba metiendo, pero no lo logró, ya que ella le abrió la camisa y pasó la lengua por los pectorales duros.

Era bastante alto y el tenerla tan cerca lo estaba asfixiando, ya que el élixir que la cubría tomaba fuerza con sus ganas, con sus latidos; era como una leona en celo, la cual estaba estaba envolviendo al león que se quedó en blanco cuando la bruja despuntó el pantalón para sacar su miembro.

El tronco grueso quedó en la mano de la hechicera, a quien el pecho le saltó con el tamaño y el grosor. El miedo la abarcaba, ya que la enorme verga del príncipe era demasiado grande para su pequeña vagina y el que él de nuevo la pusiera contra la pared, la hizo pasar saliva cuando alzó uno de sus muslos para engancharlo en su antebrazo.

Sus pies dejaron de tocar el suelo y, de un momento a otro, su espalda tocó las sábanas de su cama cuando la arrojó a estas, yéndose contra ella. Sus bocas volvieron a unirse y esta vez se concordaron con ímpetu, con fuerza. La mano de él se mantenía sobre su garganta y ella separó las piernas para que la penetrara, «era necesario».

Así fuera temporal, era indispensable tener aquella enorme cosa entre sus pliegues, hechizado no la mataría y tendría semanas para pensar, cosa que no podía hacer con un hombre de su categoría persiguiéndola. El dolor le robó un gemido cuando él arrebató su pureza atravesándola y lo ideal sería quitarlo, pero pronto el dolor desapareció dándole paso al placer.