2024-03-24 16:38:01
De Jesús Cacho hoy
Se entiende la desesperación de Sánchez, lobo acorralado, víctima de su artera concepción del Estado como finca privada. Pedro sangra por la herida de Begoña. Intuyo que todo lo demás le importa un bledo, incluido naturalmente Puigdemont. ¡Y qué ternura produce observar el celo que los articulistas de Países y Vanguardias –y algún que otro cínico plumilla aspirante al Nóbel instalado en el extremo centro- ponen a la hora de evitar mencionar a Begoña en sus escritos, el mayor caso de corrupción que vieron los femeninos siglos, mientras se desgañitan con Ayuso y su novio! El estilo bronco del narciso, propio de los capos mafiosos, ese dedo humeante que acaba de disparar la bala de la mentira contra el opositor, ha extendido sobre la piel de toro una profunda sensación de alarma. Es el gesto del gánster sin la dignidad criminal de don Vito Corleone. En el recuerdo, la tragedia de los años treinta del siglo pasado. Es la violencia en las Cortes de la II República; es la sentencia de Pasionaria ante un Calvo Sotelo a punto de caer asesinado (“Este hombre ha hablado por última vez”); es Indalecio Prieto blandiendo su pistola en plena sesión; es Largo Caballero (Trapiello ayer en El Mundo), modelo de “socialista” para Sánchez, y su «Triunfaremos, no por ser razonables, no por tener razón, sino porque seremos los más fuertes y tendremos la fuerza en nuestras manos (…) No ha nacido ningún régimen nuevo sin que haya derramamiento de sangre y violencia (…) Las derechas en España deben haberse terminado ya. No piense nadie en darles el poder”; Son las agresiones, los incendios, los asesinatos que condujeron a la Guerra Civil.
El clima parece tan crispado que una simple chispa, un accidente, un incidente desgraciado, podría mandar al traste casi 50 años de magnífica (magnífica, sí, si reparamos en los cuchillos cachicuernos con los que los españoles se han asesinado a lo largo de la historia) convivencia para provocar algo mucho más grave, más trascendente, más dramático… La preocupación se expresa en las calles de España: “esto tiene muy mala pinta, esto no va a terminar bien”, un sentimiento compartido por no pocos votantes socialistas, incluso militantes honrados de la vieja hornada. Cuando el Gobierno amenaza a la oposición (“¡Tú, cuidaooo!”) desde el banco azul es que están a punto de desbordarse los diques de la convivencia. Cuando el Gobierno utiliza el aparato del Estado para chantajear a sus rivales políticos, cuando pone a policía y CNI a investigar a la oposición, es que vivimos en una autocracia cleptómana, un híbrido entre Caracas y Moscú, entre chavismo y putinismo. Y cuando el Gobierno despliega los tics propios de la mafia calabresa, es que vivimos en un país regido por una banda que no solo presume de utilizar las instituciones para perseguir a sus rivales políticos, sino además se lo hace saber para acojonarlos. Y esto va a ir a peor. Concedida la amnistía y sin PGE, la legislatura está agostada, prematuramente muerta. Nada que gestionar, nada que legislar. Solo mantenerse en el poder a cualquier precio. Cada día más evidente su servidumbre, cada vez más arrastrado, más dispuesto a reinar sobre los escombros de lo que antaño fue España. ¿Incluso mediante la violencia? Sí, ya sé que esta no es la España de los años treinta (verdad de Perogrullo), y que aquí todo el mundo tiene algo/mucho que perder. No lo será, pero se le parece mucho. Cada día, más. Cada día que pasa, la corrupción de Begoña, que es la suya, lo convierte en un tipo más y más peligroso. Es de suma urgencia, por eso, pararle los pies cuanto antes. Sánchez no tiene vuelta atrás, es un cáncer llamado a crecer con el tiempo. Convendría, por eso, que la oposición, nuestras élites (si existieran), la sociedad civil (si existiese), tomaran conciencia de la gravedad del momento. Porque cuando termine de romper las reglas del juego, empezará el peligro personal. Y cuanto antes se vaya al choque institucional, más leve será el choque social. Percutiendo por el flanco de Begoña. Ahí le duele.
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