2022-07-26 14:30:00
𝗠𝗔𝗥𝗧𝗘𝗦 𝐗𝐕𝗜𝗜 𝗦𝗘𝗠𝗔𝗡𝗔 𝗗𝗘 𝗧𝗜𝗘𝗠𝗣𝗢 𝗢𝗥𝗗𝗜𝗡𝗔𝗥𝗜𝗢 – 𝗖𝗜𝗖𝗟𝗢 𝗖
Jeremías 14, 17-22: Diles estas palabras: “mis ojos se deshacen en lágrimas…”
Debió haber sido muy triste para el profeta ver que sus profecías se cumplían debido a la inconversión del pueblo y, por eso, lleno de dolor, eleva a Dios una oración llena de compasión, para recordarle que son su pueblo, que, si bien es cierto que han pecado, que por su amor recuerde la Alianza que hay entre ellos; que si perece su pueblo, el pueblo que Dios mismo había elegido y guiado, con él también perecerá el culto verdadero, pues los ídolos de los paganos no son Dios.
Esta trágica historia nos tiene que ayudar a recordar todas las invitaciones que Jesús nos hizo para que vivamos en gracia, para que no nos separemos de él, pues de nada valdrá el último día decir: "Señor, Señor" pues, nos responderá categóricamente: "No los conozco, apártense de mí todos ustedes que han hecho el mal" y entonces será el llanto y el rechinar de dientes, y como ocurrió al pueblo de Dios cuando fue destruido completamente por Nabucodonosor, en donde, como nos narra hoy el profeta, sólo se ve muerte y destrucción por todas partes.
Aún hay tiempo. Recordemos, también nosotros, la Alianza que Dios ha hecho con nosotros y hagamos que nuestra vida se ajuste, cada día más, a la Palabra de Dios. Busquemos con todas nuestras fuerzas serle fiel y esto evitará que nuestro final sea similar al que tuvo el pueblo de Israel.
Mateo 13, 36-43: descubrir la cizaña en el mundo y en nuestro corazón
Para entender bien el evangelio de hoy, con la explicación del Señor de la parábola de la cizaña, sin duda es necesario leer antes el texto completo, es decir los versículos 24 al 30 del mismo capítulo de San Mateo, que hemos leído el sábado pasado. Esa lectura nos aclara el origen de la cizaña: el que la sembró fue un enemigo del propietario del campo.
Eso explica también la sorpresa de los siervos que, un buen día, descubrieron el campo de trigo cubierto con esta planta nociva. Hay que decir que, en las primeras semanas, las dos plantas —el trigo y la cizaña— se parecen mucho, hasta el punto de que es muy difícil distinguirlas. Por eso el Señor les aconseja que esperen hasta la siega, para no arrancar involuntariamente el buen trigo.
El Señor dice que el campo es el mundo y el enemigo el diablo. Sin caer en el pesimismo, podemos afirmar que lo comprobamos prácticamente a diario en la mayor parte de los países. Pero esa explicación no excluye otra un poco más personal, en la que el campo es nuestra alma. Dios siembra en ella su gracia, como lo veíamos ayer, y el diablo la cizaña, los malos deseos.
¿Qué hacer? En el terreno personal, es sin duda alguna indispensable reaccionar lo antes posible, sin esperar el fin de los tiempos. Lo que exige una de las prácticas de piedad que se ha vivido siempre en la Iglesia: el examen de conciencia.
¿Su objeto?: a la vez los temas personales y nuestra responsabilidad en la marcha de los asuntos del mundo en el que vivimos.
¿Propósito? Quizás estar más vigilantes, porque una de las causas de la abundancia de cizaña es la pereza de los hombres. San Josemaría nos lo dice en una de sus homilías: “¡triste pereza, ese sueño!” (“Es Cristo que pasa”, n° 123).
P𝐚𝐫𝐚 𝐥𝐞𝐞𝐫 𝐥𝐚𝐬 𝐥𝐞𝐜𝐭𝐮𝐫𝐚𝐬 𝐲 𝐫𝐞𝐟𝐥𝐞𝐱𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬 𝐜𝐨𝐦𝐩𝐥𝐞𝐭𝐚𝐬 𝐝𝐞𝐥 𝐝í𝐚 𝐀𝐁𝐑𝐈𝐑 𝐀𝐐𝐔Í: https://tinyurl.com/42ew2m6a
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