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Si bien los judíos odiaban a los recaudadores de impuestos, no | Jesús, el Verbo de Dios

Si bien los judíos odiaban a los recaudadores de impuestos, no era un crimen ser recaudador de impuestos.
El delito consistió en defraudar y extorsionar a las personas que habitualmente "se iban con el territorio". Cuando los recaudadores de impuestos se acercaron a Juan el Bautista para ser bautizado, es notable que él no les dijo que renunciaran a sus trabajos, sino que les dijo que "no recaudaran más de lo que se les ordenó". Jesús mismo afirmó la conveniencia y legalidad de pagar impuestos cuando ordenó "dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios", Lc 20:25

"Y la multitud le preguntó."
Un verdadero sentimiento de arrepentimiento produce en la mente del pobre pecador un ansioso deseo de saber cuál es la voluntad o el mandato de Dios.
La respuesta de Juan explica, en pocas palabras, los frutos dignos de arrepentimiento: porque el mundo siempre está deseoso de cumplir su deber para con Dios mediante la realización de ceremonias; y no hay nada a lo que estemos más propensos que ofrecer a Dios una adoración fingida, siempre que Él nos llame al arrepentimiento.
No es que Dios ignore la profesión externa de piedad y de su culto; pero que ésta es una marca de distinción más segura y con menos frecuencia conduce a errores.
Porque los hipócritas se esfuerzan arduamente por demostrar que son adoradores de Dios mediante la celebración de ceremonias, pero sin prestar atención a la verdadera justicia, porque o son crueles con sus vecinos o adictos a la falsedad y la deshonestidad.

Por lo tanto, era necesario someterlos a un examen más hogareño, si son justos en su trato con los hombres, si alivian a los pobres, si son generosos con los miserables, si dan generosamente lo que el Señor les ha concedido a ellos.
Esta es la razón por la que nuestro Señor declara que "el juicio, la misericordia y la fe" son "los asuntos más importantes de la ley" Mt 23:23, y la Escritura recomienda en todas partes "la justicia y el juicio".
Debemos observar que aquí se mencionan los deberes de la caridad, no porque sean de mayor valor que el culto a Dios, sino porque dan testimonio de la piedad de los hombres, para detectar la hipocresía de los que se jactan con la boca lo que está lejos del corazón.

Pero se pregunta: ¿impuso Juan este mandato, en un sentido literal, sobre todos los que estaba preparando para ser discípulos de Cristo, de que no tuvieran dos túnicas? 

Debemos observar que bajo un ejemplo comprende una regla general. De aquí se sigue que debemos extraer de ella un significado, que corresponde a la ley de la caridad, tal como la ha establecido Dios: y esa ley es que cada uno dé de su abundancia para suplir las necesidades de los pobres.
Dios no extorsiona un impuesto, para ser pagado "de mala gana o por necesidad" por aquellos que, de no ser por esa necesidad, hubieran optado por no pagarlo: "porque el Señor ama al "dador voluntario y alegre"
Hago ésta observación, porque es de gran importancia para los hombres estar convencidos de que la porción de sus riquezas que otorgan de ésta manera es un sacrificio agradable y de buen olor para Dios, que “con tales sacrificios Dios es complacido” Heb 13:16

Quienes establecen como ley que ningún hombre debe tener propiedad propia, no sólo hacen temblar las conciencias, sino que las abruman de desesperación. 
Con fanáticos así, que se adhieren obstinadamente al significado literal, no es necesario que debamos dedicar mucho tiempo a la refutación. 
Si no se nos permite tener dos abrigos, se aplicará la misma regla a los platos, a los saleros, a las camisas y en definitiva, a todos los muebles de una casa. 
Pero el contexto hace evidente que nada estaba más lejos de la intención de Juan que derrocar el orden de un estado. 
De ahí inferimos que todo lo que él ordenó a los ricos fue que deberían otorgar a los pobres, de acuerdo con su propia capacidad, lo que su necesidad requería.

Considera hasta qué punto tus vecinos necesitan lo necesario para la vida, que disfrutas en abundancia, para que tu abundancia supla para sus necesidades, 2 Cor 8:14 (Calvino)