Get Mystery Box with random crypto!

Comentario a Mateo 8, 28-34: Parece fácil decir que tenem | Algo del Evangelio

Comentario a Mateo 8, 28-34:

Parece fácil decir que tenemos que amar «más» a Jesús, incluso más que a nuestros propios hijos. Es fácil decir que amamos a Dios sobre todas las cosas, de la boca para afuera. Es fácil porque son solo palabras muchas veces, pero en realidad, obviamente, lo difícil, lo verdadero, es que esto se haga realidad y que no sea solo de la boca para afuera. Por eso Jesús también llegó a decir: «No son los que me dicen “Señor, Señor” los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en los cielos». Pero esto no es para atormentarnos, para sentirnos menos o para que sintamos culpa. Cuando Jesús nos pide que lo amemos más, obviamente, nos está pidiendo un amor efectivo y afectivo, un amor con acciones y de corazón, pero esto no se contrapone con el amor humano a nuestra familia, a nuestros seres queridos, a nuestros amigos. Como vengo diciendo, lo engrandece, lo trasciende, lo ensalza, lo sacraliza, lo hace sobrenatural. ¿Cómo debe darse esto en la vida personal de cada uno de nosotros?, te preguntarás. Bueno, la verdad es que no hay un manual. Eso es lo que cada uno de nosotros debe rezar cada día y discernir. El deseo de Jesús es que lo amemos más y ese más, ese plus que nos pide es el que dependerá de la elección de vida de cada uno, de su familia, de su trabajo, de su contexto, pero, principalmente, de su corazón, que es el motor de todas sus acciones.
Se puede amar más a Jesús siendo albañil, carpintero, ama de casa, empresario, deportista, pescador, empleado, estudiante, barrendero, escritor, vendedor, obrero, religioso, sacerdote; joven, niño, adulto o anciano. La vida de los santos son grandes ejemplos de esto que estoy diciendo. ¿Dónde dice Jesús qué es lo que debemos ser en esta vida, qué profesión tener o qué trabajo tener? Nos dijo que lo amemos más, pero no cómo. Por eso, esta invitación no es exclusiva para algunos, aunque a algunos les guste hacerlo parecer así. Él se lo pide a todos los que quieran seguirlo y la condición necesaria es querer, y querer que sea lo principal en nuestra vida, sabiendo que, si está él, todo lo demás, de alguna manera, se acomodará. Todo lo demás se dará por añadidura.
En Algo del Evangelio de hoy se nos da un indicio, una pista de lo que muchas veces pasa en este mundo, cotidianamente, incluso dentro de nuestra Iglesia, la que somos parte; en este mundo donde prima el poder y el dinero por sobre todas las cosas. Sí, Dios es muy bueno, dicen muchos. Jesús es un lindo y atrayente personaje que sana, que cura, pero hoy expulsa demonios, pero finalmente hasta que, de algún modo, «toca» algo que para el mundo tiene valor o para nosotros. ¿Sabés qué cosa? El bolsillo, el dinero.
Vamos a la escena de hoy en la que hay varios personajes: por supuesto que Jesús, los endemoniados, los demonios, los cuidadores y, finalmente, los pobladores de la ciudad. ¿Qué se esperaría que pase cuando se escucha una buena noticia sobre el bien que se le hizo a unas personas atormentadas? Lo lógico sería escuchar alegría y agradecimiento. Sin embargo, dice la Palabra de hoy que «Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, al verlo, le rogaron que se fuera de su territorio». Sí, lo echaron de la ciudad, incluso después de haber hecho el bien. El sentido común nos indica que muy contentos con lo que había hecho no estaban. ¿Sabés cuál fue el problema de fondo? Los cerdos. En el fondo la pérdida económica. Es verdad, esos cerdos eran el sustento económico seguramente de mucho. Dos personas liberadas de esos demonios no valían tanto para ellos como los cerdos que se ahogaron en el mar. ¿Nos damos cuenta? ¿Nos parece extraño? No creamos, esto es más común de lo que imaginamos. Se da continuamente en las estructuras de este mundo que finalmente privilegian el poder y el tener sobre las personas (somos finalmente números para muchos). Se da en tu trabajo cuando eligen echarte por considerarte un número. Se da en un trabajo cuando pueden echarnos injustamente, por considerarnos un número.