2021-12-15 14:13:58
¡Secuestrada!
México Emi estaba sentada en el umbral de la puerta esperando que llegara su papá. El papá y Emi, de nueve años, eran misioneros en México. Cuando Emi tenía apenas seis años, Dios se había llevado a su mamá al cielo para estar con Él, pero ella y su papá habían seguido viviendo en México para ayudar a los mexicanos y para contarles del Señor Jesús que había venido para buscarlos y salvarlos.
Entre los mexicanos había curas y gente de una religión falsa que odiaban a Emi y a su papá porque algunos estaban dejando su propia religión y aceptando al Señor Jesús como su Salvador.
Mientras Emi esperaba a su papá, de pronto,
¡alguien arrojó algo oscuro sobre su cabeza! Unos brazos fuertes la alzaron, mientras ella se resistía, pateando y mordiendo. Entonces, recibió un golpe en la cabeza,
¡y todo se puso negro! Cuando se despertó tenía los ojos tan hinchados que al principio no los podía abrir. Finalmente, pudo abrir uno un poquito, y pudo ver que se encontraba en un cuarto pequeño y oscuro, donde sólo había un tapete y un banquito. Había una ventana pequeña, así que Emi empujó el banquito hasta la ventana y se subió a él para poder ver afuera. Pero la ventana estaba demasiado alta, y lo único que podía ver era el cielo azul. Gradualmente no podía ni ver el cielo porque se oscurecía, y pronto se hizo de noche.
¡Qué noche oscura, solitaria y temerosa fue! ¡Qué contenta se sentía Emi de que conocía al Señor Jesús, y que le podía hablar y pedirle que la cuidara! A la mañana siguiente le dolían mucho los ojos, y aunque ya los podía abrir,
¡no podía ver nada! ¡Todo estaba oscuro! Moviéndose a tientas por el cuarto, Emi descubrió que alguien le había traído comida durante la noche mientras dormía. Había una taza de agua, un pan pequeño y duro y una banana.
Ansiosamente, Emi quiso tomar la taza, porque tenía mucha sed, pero porque no podía ver, la volcó, ¡y la ansiada agua se derramó por el suelo!
Todo esto era casi demasiado para la pobrecita Emi. Pero en ese momento recordó que la Palabra de Dios dice:
“Invócame en el día de la angustia”. Entonces,
¡lo invocó en voz muy alta y muchas veces! Y Dios la oyó, no la había olvidado.
¡Estaba usando a Emi para cumplir un maravilloso propósito suyo! Al rato Emi escuchó pasos, y se dio cuenta que se abría la puerta. Asustada porque no podía ver quién era, esperó y los pasos se le fueron acercando.
Luego sintió los brazos de una mujer que la rodeaban, y una voz que le decía:
—Pequeñita, no tengas miedo. No tienes nada que temer si te portas bien y haces lo que te digo. —El Señor Jesús me cuidará—respondió Emi—.
Me ama, y oré a Él y le pedí que me cuidara. ¡Y la ama a usted también! —No hables de ese modo—contestó la mujer—.
¡Te enseñaremos una manera diferente de orar! La mujer se retiró, pero volvía de vez en cuando trayendo comida y para conversar con la pequeña Emi. A veces encontraba a Emi orando, y a veces estaba orando por la mujer.
—Jesús la ama a usted también—le decía a la mujer—,
¡y murió en la cruz por sus pecados!
Pero la mujer no quería escuchar. Una vez, tomándola de la mano, la llevó a otro lugar. Emi no sabía dónde estaba, pero oyó la voz de un hombre, y le dijeron que era un hombre santo,
¡y que tenía que arrodillarse y besarle la mano! Emi recordó que la Biblia decía que debía adorar únicamente a Dios,
¡así que no se quiso arrodillar y besarle la mano, a pesar de lo mucho que la regañaron y amenazaron! Luego le pusieron algo en la mano, y le dijeron que repitiera oraciones que ellos dirían.
Pero las palabras no le parecían correctas a Emi a quien le habían enseñado a hablar con Dios como lo haría con su propio papá querido, así que no repitió las palabras. Además, le dolía la cabeza, y
¡ay! ¡cómo extrañaba a su papá! Enojada, la mujer la llevó de vuelta al cuartito. Antes de retirarse, dijo:
—Pequeña, ¡tendrás que quedarte aquí y meditar, hasta que te arrepientas de ser tan terca en negarte a hacer lo que te mandan!
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