2021-12-28 02:49:05
Comentario a 1 Jn 1, 5 - 2, 2:
En estos tiempos, por todos lados, escuchamos y leemos en carteles publicitarios el tradicional saludo por «las fiestas». Muchísima gente ya no dice: ¡Feliz Navidad! ¡Feliz Nochebuena! ¡Santa Nochebuena!, incluso muchos católicos y cristianos, sino que sin darse cuenta adoptaron este saludo que es más del mundo que de nosotros; y que no por eso es malo, pero sin embargo vacía de contenido a lo que acabamos de celebrar. Por supuesto que en ese «felices fiestas» está incluida la Navidad –supuestamente– pero claramente no es lo mismo decir: ¡Feliz Navidad! ¡Feliz Nochebuena! ¡Santa Nochebuena!, que decir: «Felices fiestas», en forma genérica.
En Argentina, incluso hay no católicos que dicen «Feliz Navidad» o por lo menos aceptan el saludo de Navidad, seguramente en todo el mundo, seguramente por respeto, o bien porque no les queda otro remedio; pero la verdad de las verdades, es que son pocos los que reconocen o por lo menos centran la Navidad en lo más importante. Por estos tiempos también se está escuchando que quieren prohibir decir la frase: ¡Feliz Navidad! De hecho, acá una vez se armó un revuelo importante porque en algunos carteles de la vía pública apareció la frase: «Navidad es Jesús» y muchos se quejaron de que eso era propaganda religiosa. Ahora, la pregunta que podríamos hacernos es: si la Navidad no es de Jesús, ¿de quién es?, ¿qué es? ¿Nosotros, los católicos, perdimos ese coraje, esa fortaleza de decir y vivir lo que la Navidad realmente es? ¿Tomamos conciencia de lo que significa anunciar la Navidad? Muchas veces me pregunto por qué tantos católicos ni siquiera concurren a misa para celebrar la Navidad, entonces ¿qué celebramos?
¡Qué linda noticia tenemos nosotros para anoticiar, para contar! ¿Y cuál es?, te estarás preguntando. Escuchando la lectura de hoy: Que Dios es Dios y en él no hay tinieblas, que en esa noche oscura Jesús vino a nacer para ser luz; él es la Luz, es la luz del mundo y todo lo que no se acerca a la luz, consiente o inconscientemente termina viviendo con un poco de tinieblas o con mucha, y eso es lo que pasa, lo que paso esa noche y lo que seguirá pasando. Acordémonos que ayer empezamos con esta primera carta de san Juan, que nos acompañará todos estos días hasta la Epifanía, hasta la fiesta de los Reyes. Igualmente es bueno que leamos el Evangelio también, todos podemos hacerlo –no hace falta que yo te lo lea–, se comprenden mutuamente. El audio es corto, no da para tanto; si lo hago más largo, te vas a cansar y yo también, por eso tengo que elegir –una cosa o la otra–, lo demás lo podes hacer vos.
Y retomando un poco lo de ayer, acordémonos que decíamos que nuestra alegría no es completa hasta que la anunciamos y hasta que la experimentamos –de alguna manera–, que penetra en otro corazón cuando la anunciamos, por lo menos en uno, por decirlo así. No es que anunciamos para ver frutos, para estar alegres, no es que somos un club donde lo que nos preocupa es cuantos «socios» tenemos y por eso hay que ser atractivos a la fuerza, haciéndonos casi los simpáticos. ¡No!, eso no es la Iglesia, no debería ser, eso es otra cosa. Sí es verdad que anunciamos para que otros compartan la alegría y, por supuesto, es lindo ver que otros se alegran con nosotros. Pero si estamos enamorados de Cristo en serio, tarde o temprano, vamos a atraer a otros, no por miedo, no por ser «insoportables», sino por sobrenatural naturalidad. Me refiero a que debemos vivir con normalidad la alegría y sin muchas palabras. No hay peor evangelizador, que anuncie la alegría de creer, que el que se cree capaz de «convertir» a los demás por cansancio, por insistencia, por pesadez. Dios nos libre de eso, porque él no lo hizo así; no hay peor evangelizador que el que quiere agradar al que lo escucha y finalmente no logra lo que Jesús quiere lograr.
Dios es luz, pero luz que agrada y no molesta, que no encandila. Los santos inocentes de hoy iluminan con su vida sin haber dicho una sola palabra, una gran enseñanza.
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