2021-11-23 00:00:13
Aquí nuevamente nos ayuda la virtud de la fortaleza, que en este caso consistirá en dar un paso de confianza. Cada acto de confianza en Dios nos desprende de nosotros mismos, y así se convierte en un elemento purificador, porque ya no edificaremos tanto sobre nuestras propias capacidades. Precisamente en esta etapa de purificación, uno empieza a abandonar las seguridades que solía tener, y el alma se va anclando cada vez más en Dios, en lugar de confiar en sí misma. Éste es un gran reto, que desafía nuestra fortaleza. En este caso, no se trata tanto de “resistir”, sino de adentrarnos en una cierta “oscuridad”. Aunque por fe sabemos que Dios nos espera y acompaña, el alma aún no está suficientemente arraigada en Dios ni suficientemente segura de Su amor. Así, ahora, cuando están siendo purificadas sus satisfacciones en la esfera de los sentidos, que solían darle una seguridad natural, ella tiene que dar un paso valiente que la introduce en la “noche”, por así decir; pero que en realidad la acerca más a Dios.
Puede suceder que en nuestro camino de seguimiento se repitan una y otra vez ciertas tentaciones, y uno caiga en ellas. Entonces, el alma quisiera “echar la toalla” y desanimarse. Aunque el sacramento de la penitencia la robustece y fortalece una y otra vez, ella no es capaz de resistir a las tentaciones como se había propuesto. Quizá el Señor permita esta “plaga” para que crezca en humildad, pues aún está demasiada segura de sí misma. Aquí nuevamente se requiere de la virtud de la fortaleza, para no rendirnos y proponernos una y otra vez hacer todo lo que esté en nuestras manos para resistir en el combate. Hace falta valentía para volverse a levantar tras las derrotas y seguir luchando, en lugar de quedarse en el suelo y ceder a sus debilidades.
En un camino intenso de seguimiento de Cristo y en las purificaciones que hacen parte de él, podemos llegar una y otra vez a situaciones que nos exigen dar un nuevo paso. Siempre se trata de abandonarnos aún más en Dios. La mística cristiana habla de dos “noches” que el alma tiene que atravesar. La primera “noche” (llamada “noche de los sentidos”) consiste en dejar atrás aquellas seguridades que nos dan los placeres y apegos en la esfera sensual. La segunda “noche” (llamada “noche oscura del alma”) consiste en que somos purificados de nuestras propias ideas, imaginaciones, constructos de pensamientos, etc, en los cuales muchas veces ponemos nuestra seguridad. El objetivo es que el alma se ancle cada vez más en Dios y se desprenda de sí misma.
En este marco no podremos entrar en detalles sobre lo referente a estas etapas del camino de purificación. Dentro del contexto de la virtud de la fortaleza, basta con señalar que en todos estos procesos de transformación interior hace falta dar pasos valientes, o también ser valientes en permitir que Dios purifique nuestra alma.
Entonces, para todos los combates que tenemos que afrontar en nuestra vida cristiana es muy importante la virtud de la fortaleza: sea para profesar nuestra fe, sea para soportar las amenazas y sufrimientos que puedan sobrevenirnos, sea para dejar atrás el entorno familiar y los seres queridos cuando la vocación nos lo exige, sea para recorrer el camino interior…
Si damos todos estos pasos con la ayuda de Dios –quien, por cierto, nunca nos negará lo que necesitamos–, entonces la virtud de la fortaleza crecerá y se nos volverá cada vez más natural. Así, podremos exclamar junto a San Pablo: “¿Quién nos podrá separar del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada? (…) En todo esto salimos más que vencedores gracias a aquel que nos amó.” (Rom 8,35.37)
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