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Meditaciones diarias del Hno. Elías

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Los últimos mensajes 2

2023-05-20 23:01:12 21 de mayo de 2023
Meditaciones sobre el Espíritu Santo (8/14)
“La paz”

Amado Espíritu Santo, uno de tus maravillosos frutos es la paz. Es una paz que el mundo no puede dar (cf. Jn 14,27), pero tampoco puede arrebatar. Se trata, entonces, de una paz distinta a la que usualmente conocemos; una paz que permanece.

¡Cuánto habla el mundo de paz, pero no consigue hallarla! Hay guerras por doquier, y la paz que se logra suele ser frágil e inestable. En efecto, ¿de dónde procederá una verdadera paz? Con toda nuestra buena voluntad, no alcanzaremos por nosotros mismos aquella dimensión de paz que promete Jesús:

“La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde.” (Jn 14,27)

La paz no es solamente ausencia de guerra, aunque esto sería tan deseable para el mundo. La verdadera paz va más allá: es la coherencia de nuestra vida con la verdad del ser, y de ahí le viene su fuerza creadora.
Al reflexionar sobre esto, oh Espíritu Santo, necesariamente se nos plantean cuestionamientos más profundos… En efecto, ¡la paz ha de empezar por nosotros!

Entonces, ¿de dónde procede la paz?

El hermano Nicolás, un santo de Suiza, nos dice: “¡Paz sólo hay en Dios!”

Por tanto, la paz brota de la relación con Dios, cuando toda nuestra vida está ordenada en Él. Si te damos a ti, Espíritu Santo, la posibilidad de hacer a un lado todo aquello que se opone a la paz en nuestro interior, entonces madurará como fruto tuyo esta paz. En primera instancia, ella se encargará de vencer la guerra que se desata en nuestro interior a causa de las malas inclinaciones; la guerra contra nuestra razón, al hacer aquello que en realidad sabemos que no deberíamos hacer… El fruto de la paz trabajará también en nuestras malas actitudes: la obstinación en querer tener la razón, el orgullo, la vanidad, etc. Abrirá nuestros ojos para ver la realidad en su totalidad, de manera que el propio “yo” pase a un segundo plano ante lo que es más importante.

Pero lo dicho aquí con respecto a nosotros mismos, cuenta también para el mundo. Si no cerramos los ojos, tendremos que constatar que hay tantas zonas del mundo en guerra, tanta violencia, que no es siempre visible, pero está terriblemente presente.

¿Cómo será posible alcanzar la paz, mientras la vida de niños inocentes en el vientre materno no sea respetada, sino destruida? ¿Cómo podrá llegar la paz, mientras los hombres no conozcan la fuente de la paz? ¿Cómo hallar paz, cuando la verdad no es reconocida ni se la toma como criterio?

Así, oh Espíritu Santo, veo que hay un solo camino para encontrar verdadera y profunda paz: Tenemos que conocerte más profundamente a ti, que eres la fuente de la paz. ¡En ti, podremos ser verdaderos pacificadores!
Deberíamos hablarles a las otras personas de ti, y, en tu luz, dar testimonio de la bondad de nuestro Padre Celestial. La verdadera paz llegaría cuando los hombres conozcan a su Padre, así como Él es en verdad. Cuando esto suceda y los hombres no le cierren su corazón, ¿quién osaría hacer la guerra a sus hermanos?
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2023-05-20 23:01:02

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2023-05-19 23:01:02

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2023-05-19 23:00:54 20 de mayo de 2023
Meditaciones sobre el Espíritu Santo (7/14)
“La amabilidad”

Espíritu Santo, de ti se dice que eres un espíritu amable y amante de los hombres, y uno de los frutos que Tú haces crecer en las almas es precisamente la amabilidad.

La amabilidad es una actitud tan agradable en una persona, con la que fácilmente podrá conquistar al otro, haciéndole sentir amado y respetado. Si es una amabilidad sin falsedad ni hipocresía –y sin duda lo será si crece en el alma como fruto de tu obra–, se convierte en un sol en la vida del hombre. La amabilidad refleja la actitud con la que Dios viene a nuestro encuentro, pues Él no sólo quiere que lo reconozcamos como nuestro Padre, sino que además quiere ser nuestro cercano amigo.

Jesús llama a sus discípulos “amigos”, y los trata como tales (cf. Jn 15,15). Él los ama y los acepta. Pero esto no le impide hacerles ver sus malas actitudes, para unirlos más profundamente al amor de Dios.

Entonces, Amado Espíritu Santo, la amabilidad no consiste en aprobar todo lo que haga la otra persona; sino que es una actitud del corazón que está siempre a favor de ella, de modo que en nuestra presencia se sienta aceptada, que no tenga que protegerse, que pueda hacer a un lado la desconfianza y así podamos tratarnos libremente. ¡La amabilidad crea un fundamento de confianza!

Por eso, oh Espíritu Santo, resulta cada vez más claro que debe ser una amabilidad auténtica; y no una amabilidad forzada o manipuladora, ni mucho menos aquella actitud que se muestra sonriente hacia afuera, pero luego, a las espaldas, es capaz de hablar con malicia. ¡Lejos de nosotros aquella hipocresía!

La amabilidad que resulta como fruto tuyo, Espíritu Santo, implica una transformación del corazón. No es una amabilidad de un momento, para luego volverse groseros. No es una actitud que dependa de los estados de ánimo; sino que brota de la relación de amor contigo.

Si, por tu gracia, ha de madurar en mi corazón la amabilidad como una actitud constante, entonces límpiame de todo lo que aún pueda haber en mi interior contra las otras personas, para que no sean simpatías o antipatías las que me determinen; sino que pueda yo decir ese mismo “sí” que Tú pronuncias sobre cada persona.

Así, Amado Señor, las personas podrán conocer tu amabilidad y bondad para con los hombres. Y si el fruto de la amabilidad viene acompañado por obras de amor, entonces quizá se den cuenta de que no es simplemente una actitud de simpatía humana; sino que tiene su origen más profundo en ti, especialmente cuando se ha convertido en nuestra constante forma de tratar con las personas.

Esto último, oh Espíritu Santo, es tan importante para nosotros, los cristianos. No queremos estar nosotros mismos en el centro de atención; sino que las personas han de reconocerte a ti como fuente de todo bien, y han de conocer tu amabilidad y bondad. Y si nuestra amabilidad puede servirles como puente para reconocerte a Ti, entonces, con más razón aún, purifícanos de todo lo falso y fingido, de todo lo egocéntrico; para que tu luminosa presencia pueda crecer en nosotros.
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2023-05-18 23:01:11

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2023-05-18 23:00:00 19 de mayo de 2023
Meditaciones sobre el Espíritu Santo (6/14)
“La alegría”


Amado Espíritu Santo, uno de los más bellos frutos que Tú haces crecer en nosotros es la alegría. Es aquella alegría que, al igual que el amor, hace que todo sea más fácil y vence el peso que tantas veces trae consigo la vida; una alegría que es espiritualmente contagiosa, y puede darle un rayo de luz y algo de consuelo a la otra persona, siempre y cuando ella no se cierre.

Tu amigo San Pablo nos exhorta a estar siempre alegres (cf. Fil 4,4). Entonces, la alegría no se limita a aquellas situaciones en que recibimos agradables bienes terrenales o a las circunstancias en las que el corazón se regocija. Más bien, San Pablo nos la presenta como un estado constante, como la “tónica básica” del corazón, que permanece aun cuando las circunstancias se vuelven difíciles y el alma tendería a turbarse.

Entonces, oh Espíritu Santo, no puede tratarse de aquella alegría que va y viene, y que es tan volátil. Tampoco puede referirse al estado de ánimo propio de un temperamento optimista y alegre por naturaleza.
¿Cuál es, entonces, la alegría que Tú concedes?

La Sagrada Escritura nos da una explicación de la alegría duradera:
“Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.
Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.” (Sal 16,8-9)

Y el Señor nos dice:

“Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea completa.” (Jn 15,10-11)

Así que esta alegría que es duradera puede proceder sólo de ti, oh Espíritu Santo. El vivir en conformidad contigo trae como fruto la alegría. ¡Es la alegría de Jesús en nuestros corazones, que completa nuestra alegría!
Entonces, oh Espíritu Santo, las personas que intentan servir a Dios sinceramente deberían estar llenas de alegría. ¡Cuán contagiosa sería y cuánto facilitaría la expansión del evangelio!

Pero no pocas veces vemos cristianos que no parecen estar alegres, que andan con “cara avinagrada”, que no se regocijan realmente o se dejan llevar por sus estados de ánimo, de modo que no pueden vivir constantemente en aquella alegría de la que habla Jesús.

Tal vez a nosotros mismos nos sucede así, oh Espíritu Santo, cuando en realidad deberíamos alegrarnos, porque “el gozo del Señor es nuestra fuerza” (Neh 8,10).

Entonces, ¿qué podemos hacer con los sentimientos opuestos, con esos estados de ánimo que turban el alma?; ¿qué hacer con el vacío interior, que nos vemos tentados a llenar con contenidos equivocados, inútiles y, en el peor de los casos, pecaminosos?

Oh Espíritu Santo, si ponemos ante Ti estos sentimientos y estados de ánimo, Tú estás dispuesto a tocarlos contigo mismo. Por eso tenemos que aprender a percibirlos, e invocarte cuando aparecen. Y es que al invocarte, de ninguna manera estamos hablando con el viento ni viviendo en una ilusión, para engañarnos y tranquilizarnos. ¡No! El Padre junto con el Hijo te han enviado para que Tú seas nuestra luz y consuelo, nuestro Maestro interior, a quien podemos confiarle todo. Puesto que Tú mismo eres Dios, conoces las profundidades de nuestra alma y quieres penetrar en ellas con tu luz. Pero no quieres hacerlo sin nuestra autorización, sin que te lo pidamos, sin que te abramos el corazón y nos distanciemos con nuestra voluntad de aquellos sentimientos melancólicos, para dirigirnos a la luz.

¡Contigo será posible vencer toda tristeza! Si tenemos paciencia, notaremos que van disminuyendo esos estados de ánimo y que podemos apartarnos más rápidamente de aquellos pensamientos que nos dejan a oscuras. Así, la alegría que procede de Dios podrá expandirse en nosotros con más facilidad. ¡Todo esto, oh Espíritu Santo, será tu maravillosa obra en nuestra alma!
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2023-05-17 23:02:13 18 de mayo de 2023
Meditaciones sobre el Espíritu Santo (5/14)
“La Ascensión del Señor a los cielos”

Amado Jesús, ¡qué alegría habrá sido para ti volver al Padre después de haber consumado tu obra! Por un breve tiempo fuiste hecho inferior a los ángeles (cf. Hb 2,9), pero ahora vuelves a la gloria en plenitud, con la cual retornarás al Final de los Tiempos.

Tú habías anunciado la venida del Paráclito (cf. Jn 16,7), que nos convierte en testigos tuyos hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1,8).

Pero, Amadísimo Jesús, parece ser que hoy ya no estamos tan llenos del fuego del Espíritu Santo como lo estaban los Apóstoles y la Iglesia en sus inicios. Sin embargo, Él, nuestro Amigo divino, ha descendido y no ha cambiado. ¿Por qué su fuego apenas arde? ¿Será que estamos demasiado ocupados con las cosas terrenales, en lugar de las celestiales?

Precisamente la Fiesta que hoy celebramos eleva nuestra mirada a la realidad celestial, que es nuestro verdadero hogar (cf. Fil 3,20). En presencia de los discípulos, fuiste elevado y una nube te ocultó a sus ojos (cf. Hch 1,9). Sólo podían permanecer mirando al cielo, viendo cómo te ibas… ¡Ciertamente sus corazones estaban anonadados por todo lo que les habías enseñado durante los cuarenta días después de tu Resurrección!

Y ahora, Amadísimo Señor, vuelves al Padre… Quizá los discípulos hubieran preferido irse contigo, y –francamente– a la mayoría de nosotros nos sucederá igual. Así, también nosotros te seguimos con la mirada. ¿Te acordarás de nosotros en tu Reino Celestial? ¡Por favor, no nos olvides mientras estamos aquí abajo en la Tierra, con sus muchas plagas!

¡Pero Tú no nos olvidarás! ¡No lo harás! “¿Puede una mujer olvidar a su niño, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ellas se olvidaran, yo no te olvidaré” (Is 49,15).

Tú te adelantaste para prepararnos la morada (cf. Jn 14,2-3).

Los ángeles, nuestros amigos celestiales, nos recuerdan que Tú volverás, tal como lo anunciaste (cf. Hch 1,10-11). ¡Que nos consuma el anhelo por ti y que nuestro corazón ansíe la eternidad, donde serán enjugadas las lágrimas de nuestros ojos y podremos contemplarte cara a cara! Pero Tú nos has encomendado una misión en el tiempo de nuestra vida terrena, y volverás para juzgar a los vivos y a los muertos. Tú quieres encontrar a tu Iglesia como una novia en vela; los hombres han de ser preparados para tu Segunda Venida.

No sabemos cuán cerca está tu Retorno, porque no nos corresponde a nosotros conocer “los tiempos o momentos que el Padre ha fijado con su poder” (Hch 1,7). De hecho, eso no es lo determinante para nosotros. Lo importante es que escuchemos a nuestro Amigo divino, el Espíritu Santo, que Tú nos has enviado.

Por eso, ahora nos enfocamos nuevamente en Él, para que encienda en nosotros el fuego y nos recuerde día tras día que Tú volverás y quieres encontrarnos trabajando en tu viña. Junto con el Espíritu Santo, clamamos cada día, como la Novia (cf. Ap 22,17): “¡Ven, Señor Jesús, Maranathá! ¡Ven pronto, te esperamos!”
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2023-05-17 23:01:27

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2023-05-16 23:01:02

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2023-05-16 23:00:32 17 de mayo de 2023
Meditaciones sobre el Espíritu Santo (4/14)
“El dominio de sí mismo”

Amado Espíritu Santo, en el principio Tú aleteabas sobre las aguas y transformaste el caos en orden (cf. Gen 1,2). Ahora, también quieres traer orden al caos causado por el pecado: orden en nuestra vida interior y exterior. Fue tanto lo que se alborotó con el pecado original y los consiguientes pecados personales, a tal punto que tu amigo Pablo gemía al advertir esta ley en sus miembros que luchaba contra la ley de su espíritu, y que lo esclavizaba bajo la ley del pecado (cf. Rom 7,23). Junto con él, también nosotros gemimos: “¿Quién me librará de este cuerpo de muerte...?” (Rom 7,24)

¡Pero esta situación no ha de permanecer así! ¡Debemos recuperar el dominio sobre nosotros mismos y no ser esclavos de nuestras pasiones y sentimientos! Nuestro Padre lo había dispuesto tan maravillosamente: Su Espíritu iluminaba nuestro espíritu humano, éste activaba a la voluntad, y todos los impulsos naturales estaban al servicio de las potencias superiores.

Pero ahora, Amado Espíritu Santo, las pasiones se rebelan contra nosotros, reflejando la Creación caída, que se rebela contra Dios. A esto vienen a añadirse, además, los espíritus caídos, que intentan confundirnos y obstaculizar los caminos de salvación de Dios.

¡Pero esta situación no ha de permanecer así!

Oh Espíritu Santo, introdúcenos en la escuela del dominio de sí; enséñanos, a través de una prudente ascesis, a recuperar paso a paso el señorío sobre nosotros mismos. Si queremos crecer espiritualmente en el camino contigo, no podremos rehuir de este combate.

A Tu amigo San Benito, el padre de los monjes, le recomendaste la medida apropiada, para hallar equilibrio en la vida monástica: Ni demasiado ni muy poco. ¡Qué consejo tan sabio! Si lo acogemos y lo ponemos en práctica, aprenderemos a percibir con sensibilidad el camino a seguir, y seremos instruidos con prudencia en la continencia, porque con tanta facilidad perdemos la medida justa y caemos de un extremo al otro.

Pero, Amado Espíritu Santo, a veces tenemos que hacernos violencia, cuando nuestra concupiscencia nos provoca, presentándonos todo tipo de seducciones y queriendo embriagar nuestros sentidos. Muchas veces el enemigo de la humanidad se vale de esta concupiscencia y la acrecienta aún más, y tenemos que defendernos intensamente y luchar por nuestra libertad.

Pero no son sólo las fuertes emociones las que nos seducen. Incluso con los pensamientos debemos tener cuidado, para recuperar el dominio también sobre ellos y no darles rienda suelta, especialmente cuando tratan de imponerse.

Tener dominio sobre sí mismo significa que uno decide a cuáles pensamientos vale la pena entregarse y a cuáles, en cambio, les negamos nuestra atención, por ser malos, sin sentido o improductivos. A éstos últimos, como dice San Benito, debemos estrellarlos contra la roca que es Cristo.

Aunque debamos poner de nuestra parte y cooperar contigo, oh Espíritu Santo, nunca lograríamos todo esto con nuestras propias fuerzas.

Necesitamos Tu presencia, en la que podemos refugiarnos cuando nos vemos asediados; Tu presencia, en la que encontramos fortaleza para resistir; Tu presencia, en la que nuestra voluntad encuentra cada vez más su hogar y aprende a ejercer el dominio sobre nuestros impulsos, en la medida en que esto nos sea posible en nuestra vida terrenal…

¡Por eso, oh Espíritu Santo, te invocamos una y otra vez!

Es bueno rechazar con Tu fuerza el ataque del momento presente y todo aquello que quiere hacernos perder el equilibrio. Pero aún mejor es estar en constante e íntimo contacto contigo, de modo que Tú te conviertas en nuestra “brújula interior” y junto a ti podamos ejercer el dominio sobre nuestros deseos y pensamientos.
Así, Tú eres nuestro Señor, y en ti nos convertimos en señores sobre nosotros mismos. ¡Todo en un santo orden espiritual! ¡Y en tu luz, vemos la luz (cf. Sal 36,9)!
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