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Meditaciones diarias del Hno. Elías

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Los últimos mensajes 8

2023-04-23 23:00:54 Jesús conoce nuestras motivaciones, aunque nosotros mismos no siempre las tengamos en claro. Por eso, podemos pedirle que purifique nuestras motivaciones en relación con Él y con las personas, de manera que aprendamos a poner el enfoque en lo esencial, sin dejarnos llevar demasiado por las así llamadas ‘coexistencias’. Con este último término, hago referencia al hecho de que, además de nuestra intención consciente, puede haber también otras intenciones indirectas e inconscientes, que buscan satisfacer nuestros propios intereses.

Jesús nos invita a esforzarnos por aquel alimento que perdura para la vida eterna. Esta invitación va de la mano con aquella otra frase pronunciada por el Señor: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y lo demás se os dará por añadidura” (Mt 6,33). Nuestro verdadero enfoque está en descubrir y cumplir la Voluntad de Dios. Este es nuestro aporte para nuestra propia salvación y la de otras personas: que la Voluntad de Dios pueda cumplirse en nuestra vida. Si nos esforzamos sinceramente por recorrer el camino que se nos ha trazado, entonces hemos reconocido lo esencial y tratamos de cumplirlo. ¡No hay nada más grande que esto!

En las palabras del evangelio de hoy, el Señor nos pone también frente a un espejo para conocernos a nosotros mismos. ¿Acaso nuestra atención está demasiado centrada en las cosas terrenales? ¿Será que somos capaces de realizar grandes esfuerzos cuando se trata de las cosas de este mundo, pero descuidamos nuestros deberes religiosos? ¿Qué tan grande es nuestro celo por el Reino de Dios? ¿Le dedicamos suficiente tiempo al Señor?

Al final del evangelio, Jesús nos deja aquellas maravillosas palabras, indicándonos en qué consiste la obra de Dios: “La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado.”

Esta afirmación lo dice todo y también da respuesta a los cuestionamientos sobre el porqué de nuestra existencia en este mundo y cuál es nuestra tarea aquí.

Si seguimos seriamente al Señor en la fe, la Voluntad de Dios puede desplegarse en nuestra vida, y todo lo demás se deriva de esta “obra de Dios”. Y vale enfatizar en que es una “obra de Dios”, porque, en efecto, la fe es una virtud sobrenatural, a la cual nosotros damos nuestra respuesta al abrazarla. Y precisamente en esta respuesta le mostramos a Dios nuestro amor; en esta respuesta vencemos al mundo (1Jn 5,4); en esta respuesta empezamos a ver la vida a la luz de Dios y a reconocer las maravillas de su amor. Con la fe, se nos revela el sentido de nuestra existencia: alabar a Dios y servirle.
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2023-04-23 23:00:53 24 de abril de 2023
Lunes de la Tercera Semana de Pascua
“Trabajad por el alimento que perdura”

Jn 6,22-29

Después de que Jesús alimentó a unos cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el agua. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar vio que allí no había más que una barca y que Jesús no se había embarcado con sus discípulos, sino que éstos se habían marchado solos. Pero llegaron barcas de Tiberíades, cerca del lugar donde habían comido pan. Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún, en busca de Jesús. Al encontrarle a la orilla del mar, le preguntaron: “Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?” Jesús les respondió: “En verdad, en verdad os digo que vosotros me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque habéis comido pan y os habéis saciado. No trabajéis por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello.” Ellos le dijeron: “¿Qué hemos de hacer para realizar las obras de Dios?” Jesús les respondió: “La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado.”

Jesús conoce la verdadera razón que mueve a las personas del evangelio de hoy a buscarle. Ellos no han comprendido la dimensión esencial del milagro de la multiplicación de los panes; sino que sólo se quedaron con el regalo adicional que recibieron, es decir, la saciedad corporal.

Sin embargo, la multiplicación de los panes debía ser para ellos un signo de la presencia de Dios, y recordarles aquella historia que ciertamente todos conocían, cuando Dios había conducido a su pueblo a través del desierto y lo había alimentado con un pan del cielo. Ahora, ese mismo Dios se encontraba en medio de ellos y realizaba los mismos signos para revelarles que era Él mismo. Debían buscar a Jesús, no por lo que Él podría darles, sino para conocerlo mejor y reconocer que es el mismo Dios de sus padres.

A nosotros, los cristianos, puede sucedernos lo mismo. A veces no comprendemos lo que en realidad Jesús trata de decirnos; y nos aferramos a los fenómenos extraordinarios, considerándolos como lo esencial. Por ejemplo, la curación milagrosa de una enfermedad es, sin duda, una poderosa intervención de Dios en una situación de sufrimiento, que nos lleva a alabar su infinita bondad. No obstante, una curación no es más que una de las manifestaciones de su incesante amor por nosotros, testificando en este caso la dimensión sanadora de este amor. Un milagro como éste debería llevarnos a reconocer que su amor nos envuelve todo el tiempo y nos acompaña en toda circunstancia. Si comprendemos esto, se nos abren los ojos para descubrir la realidad de Dios y nuestro corazón se torna calmado y sereno en Él.
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2023-04-22 23:00:29
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2023-04-22 23:00:28 El apóstol nos da otro importante consejo para llevar una vida en el temor del Señor. Debemos recordar, dice San Pedro, “que no habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres con algo caduco, con oro o plata, sino con la preciosa sangre de Cristo, cordero sin tacha y sin mancilla”.

La meditación de esta profunda verdad puede refrenar en nosotros cualquier ligereza o frivolidad frente al pecado, pues, al considerar la Pasión de Nuestro Señor, recordaremos la magnitud de su amor y, a la vez, la gravedad del pecado. Estos dos aspectos marcan el alma y la mueven a evitar con sumo fervor cualquier pecado, para corresponder al amor que Dios le ha mostrado.

Hoy en día corremos el peligro de relativizar cada vez más el pecado. Es cierto que Dios se fija en lo bueno que hay en el hombre y que no lo mira simplemente en proporción de su pecado; sino que está a toda hora dispuesto a perdonar, en cuanto la persona muestre la mínima señal de querer convertirse. Pero esto no le quita gravedad al pecado, ni desmiente sus devastadoras consecuencias.

En ese sentido, el don del temor de Dios nos enseña el camino recto que hemos de seguir, para no caer –por un lado– en escrúpulos, teniendo una falsa imagen de Dios, como si fuera un Dios que a toda hora nos controla estricta y despiadadamente; y para evitar –por el otro lado– que nos volvamos demasiado relajados y laxos en relación con el pecado y lo relativicemos.

Podemos pedirle al Espíritu Santo que este don empiece a hacerse eficaz en nuestro interior. Éste nos mantendrá en un maravilloso equilibrio espiritual: vigilancia frente a las tentaciones procedentes de dentro y de fuera; y, a la vez, seguridad profunda y confiada en el corazón de un Padre lleno de amor.

De este modo también podremos afrontar sincera y abiertamente nuestras debilidades y pecados, reconociéndolos y presentándoselos al Padre, que siempre está esperándonos. Después del espanto y arrepentimiento que sentimos por nuestro pecado, viene la certeza del perdón de Aquel que nos ha comprado a precio de su sangre.

Además, en esta misma actitud podremos encontrarnos con las otras personas, sin relativizar sus pecados; ni tampoco, en el extremo opuesto, considerar que su vida ya es caso perdido. ¡Que el Espíritu Santo nos conceda la sabiduría para tratar con aquellos que están enredados en el pecado, ayudándoles a hallar el camino hacia el perdón, que es el único que los hará libres!
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2023-04-22 23:00:27 23 de abril de 2023
Tercer Domingo de Pascua
“Una vida en el temor del Señor”

1Pe 1,17-21

Hermanos: Si llamáis Padre a quien, sin acepción de personas, juzga a cada cual según su conducta, conducíos con temor durante el tiempo de vuestro destierro. Y sabed que no habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres con algo caduco, con oro o plata, sino con la preciosa sangre de Cristo, cordero sin tacha y sin mancilla. Él fue predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos en interés vuestro; y por medio de él creéis en Dios, que le ha resucitado de entre los muertos y le ha dado la gloria, de modo que vuestra fe y vuestra esperanza estén en Dios.

“Primicia de la sabiduría es el temor del Señor” (Sal 110,10). Este santo temor nos ayuda a permanecer vigilantes mientras atravesamos el tiempo de nuestro destierro –y sin duda estamos todavía en él–; mientras no hayamos entrado definitivamente al Reino eterno de Dios; mientras recorremos el camino de seguimiento, expuestos a todo tipo de peligros…

El temor de Dios, que es uno de los siete dones del Espíritu Santo, se relaciona con el rechazo contundente –incluso podríamos decir odio– hacia el pecado. Es el Espíritu Santo quien infunde en nosotros tal rechazo, haciéndonos comprender que es exclusivamente el pecado el que puede separarnos de Dios. Por eso, lo evitamos cuidadosamente y recorremos con vigilancia nuestro camino; no sea que por ligereza caigamos en pecado y terminemos enredándonos en él.

Por un lado, reconocemos a Dios como justo Juez; pero, por otro lado, gracias al don de temor, lo vemos también como amoroso Padre, que desea nuestra salvación. Al reconocer a Dios como Aquel que nos ama sin medida, evitamos el pecado ante todo por amor a Él, conscientes de que éste nos separaría de Él. Así, pues, no es tanto el miedo frente al juicio lo que nos hace huir del pecado (aunque, sin duda, esto sería mejor que pecar con frivolidad); sino el amor filial, que no quiere hacer nada que pueda herir al Padre.

Esta última actitud –la de evitar el pecado por amor a Dios– será nuestro gran incentivo en el camino de la santidad y nos hará vivir en constante vigilancia. Y no se trata solamente de evitar los pecados graves; sino que el Espíritu Santo nos enseñará a ser cada vez más delicados en nuestra relación de amor con el Padre.

También aprenderemos a percibir cuál es nuestro mayor enemigo en el camino de la santidad. Éste está dentro de nosotros mismos: es nuestra voluntad inclinada al mal y nuestras pasiones desordenadas, es decir, nuestras apetencias que tienden a exceder los límites de lo bueno y razonable.
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2023-04-21 23:00:44
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2023-04-21 23:00:43 Ahora bien, ¿cómo podemos aplicar este pasaje evangélico al camino de la Iglesia?

También en la Iglesia puede haber tiempos de oscuridad, como por ejemplo cuando hay controversias que no se han solucionado; cuando la infidelidad y la pecaminosidad levantan grandes sombras; cuando la confusión sale a la luz y germinan falsas doctrinas, empañando e incluso distorsionando el rostro de la Iglesia.

En estos tiempos de incertidumbre, hay que aferrarse a la certeza de que Jesús está siempre junto a su Iglesia, aunque parezca no haber llegado aún para tomar las riendas y cambiar la situación de forma visible para nosotros. Tal vez sólo podamos verlo borrosamente; pero Él está ahí, acercándose a nosotros. Y nos dice: “No temáis.” Y resulta que la barca, que recién se encontraba en el mar encrespado por una violenta tormenta, llega entretanto a la orilla.

Aunque en un momento determinado no veamos ninguna luz, estamos llamados a creer. ¡El Señor no nos ha dejado solos en nuestro camino personal, ni tampoco ha abandonado a su Iglesia! Antes bien, Él conduce todo a la meta prevista por Dios. Sin embargo, pueden desatarse tormentas y oscuridades, que han de ser afrontadas en el Señor. Si permanecemos fieles a Él, saldremos fortalecidos de tales crisis y su Iglesia volverá a brillar, de tal manera que su testimonio de santidad atraiga a las personas y haga que la encuentren con más facilidad.
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2023-04-21 23:00:42 22 de abril de 2023
Sábado de la Segunda Semana de Pascua
“Aun en la oscuridad Jesús está con nosotros”

Jn 6,16-21

Al atardecer, los discípulos de Jesús bajaron al mar; subieron a una barca y se dirigieron al otro lado del mar, a Cafarnaún. Había ya oscurecido, pero Jesús todavía no había llegado. Soplaba un fuerte viento y el mar comenzó a encresparse. Cuando habían remado unos veinticinco o treinta estadios, vieron a Jesús que caminaba sobre el mar y se acercaba a la barca; y sintieron miedo. Pero él les dijo: “Soy yo. No temáis.” Quisieron recogerle en la barca, pero en seguida la barca tocó tierra en el lugar a donde se dirigían.

“Había ya oscurecido, pero Jesús todavía no había llegado”… Podemos adaptar esta situación de los discípulos a nuestro camino de seguimiento o al camino de la Iglesia. La “oscuridad” de la que aquí se nos habla podemos entenderla más allá de una realidad física.

Adaptémoslo primeramente a nuestra situación personal. En el camino de seguimiento de Cristo, puede haber situaciones en las que nos encontremos a oscuras. Pensemos, por ejemplo, en los discípulos después de que el Señor había muerto y antes de que resucitara. Su fe no era lo suficientemente fuerte como para contemplar la muerte de Jesús bajo esta luz, ni para recordar las palabras del Señor, que ya les había predicho todo aquello (cf. Mc 10,33-34).

A nosotros puede sucedernos algo similar… La oscuridad puede envolvernos, la luz parece haber desaparecido y Jesús no ha llegado todavía, o al menos esa es nuestra impresión.

Esta oscuridad puede tener varias causas. En la tradición mística de la Iglesia, se habla de la así llamada ‘noche de los sentidos’ y de la ‘noche del espíritu’. En estos términos, se expresa una transformación que experimentamos a lo largo del camino de la fe. Si nuestra relación con el Señor había estado muy marcada por los sentimientos y las emociones, puede suceder que, en un momento que Dios determine, Él nos prive de la experiencia sentimental de su presencia. Entonces, lo que antes hacíamos gustosamente y nos resultaba muy fácil, como por ejemplo cantar ciertas canciones, orar con emotividad o realizar ciertas prácticas religiosas, de repente ya no nos “sabe bien”. Nuestros sentidos están, por así decir, a oscuras. En esta situación, puede que nuestros sentimientos se rebelen, como la tormenta en el mar descrita en el evangelio de hoy, y entonces nos asustamos. Tal vez veamos a Jesús sólo de forma borrosa. Pero en un proceso de purificación como éste, de ningún modo el Señor nos ha abandonado; sino que se nos acerca y quiere que sepamos por fe que Él está ahí.
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2023-04-20 23:00:34
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2023-04-20 23:00:33 Pero en el pasaje de hoy la tentación se presenta más sutilmente aún. No sería Satanás directamente quien convierta a Jesús en el soberano de este mundo; sino las personas mismas. Pero también aquí Satanás habría tenido sus intenciones ocultas. De hecho, un rey que no se ocupe de la salvación de las almas ni las arrebate del poder del Mal, ya no representaría ningún peligro para él y su oscuro dominio. Con el paso del tiempo, lograría tenerlo bajo su control, porque no se cumpliría la verdadera misión de Jesús; sino que ésta incluso se pervertiría.

Aquellos signos que Dios hace obrar a su Mesías como manifestación de su amor y que son una añadidura al mensaje de la salvación, no pueden tomar el primer rango.

Podríamos percibir aquí incluso una especie de modelo para el dominio de un Anticristo. Él sería un soberano que haga milagros y contente al pueblo. Él se dejaría coronar como rey y es probable que ya de antemano haya sucumbido en la tentación de Satanás, quien ofrece poder terrenal.

Jesús, en cambio, huye de la gente y se retira al monte, para estar a solas con su Padre.

Hay que estar muy vigilantes, para que la Iglesia no caiga en una tentación semejante. La mejora de las condiciones de vida de las personas y el servicio a los pobres no son la primera misión que se le ha encomendado a la Iglesia. Por eso, estos aspectos tampoco deben ocupar el primer lugar. Su misión primordial es el anuncio del evangelio y el trabajo por la salvación de las almas (cf. Hch 6,2-4). A esta tarea primaria vienen a añadirse aquellos otros servicios que se derivan del mensaje del evangelio, para dar testimonio de la presencia y el amor de Dios en este mundo.

Fijémonos bien y entendamos lo que hizo Jesús: Cuando Él vio que su verdadero mensaje estaba en peligro de ser distorsionado, se retiró. ¡No permitamos que el mensaje del Señor sea deformado! ¡Permanezcamos en la misión primaria que se nos ha encomendado! ¡Todo lo demás vendrá por añadidura (cf. Mt 6,33)!

AVISO: Al culminar el itinerario cuaresmal, habíamos invitado a nuestros oyentes a compartirnos su “ramillete espiritual” de los temas que les habían resultado más importantes para su vida espiritual. Después de la Pascua, recogimos todos estos testimonios como flores para el gran ramillete espiritual, y se lo ofrecimos al Señor y a la Virgen en varias estaciones de la Basílica del Santo Sepulcro en Jerusalén: en el Calvario, donde fue erigida la cruz de nuestro Señor, en el altar de la Madre Dolorosa junto a su cruz y en la Tumba vacía donde Él resucitó. Nos alegramos mucho por todas las “flores” que nos llegaron desde diversos países y agradecemos a todos los que nos acompañaron espiritualmente a lo largo de este itinerario. ¡Que el Señor haga madurar los frutos que produjo! Os compartimos un par de imágenes con el rollo que contiene los diversos testimonios que nos hicisteis llegar, ofreciéndolo al Señor en varios sitios de la Basílica del Santo Sepulcro.
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