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Meditaciones diarias del Hno. Elías

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Los últimos mensajes 6

2023-04-30 23:00:43 1 de mayo de 2023
Lunes de la Cuarta Semana de Pascua
“La voz del Señor”

Jn 10,1-10

En aquel tiempo, dijo Jesús: “En verdad, en verdad os digo que el que no entre por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ése es un ladrón y un salteador; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el portero, y las ovejas atienden a su voz; luego las llama una por una y las saca fuera. Cuando ha sacado a todas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. En cambio, no seguirían a un extraño; huirían de él, pues las ovejas no reconocen la voz de los extraños”. Jesús les dijo esta parábola, pero ellos no comprendieron lo que les hablaba.
Entonces Jesús les dijo de nuevo: “En verdad, en verdad os digo que yo soy la puerta de las ovejas. Cuantos han venido delante de mí son ladrones y salteadores; pero las ovejas no les escucharon. Yo soy la puerta. Si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá, y encontrará pasto. El ladrón sólo viene a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.”


No podemos entrar en el Reino de Dios sin pasar por aquella puerta que el Padre nos ofrece en su Hijo Jesucristo. Él es a la vez el que entra por la puerta –es decir, el pastor de las ovejas–, como también la puerta misma.

Una condición esencial para entrar al Reino de los cielos es recibir el perdón de los pecados; es decir, que sea retirado aquello que nos separa de Dios, gracias al gran don de la Redención.

No es éste el marco indicado para cuestionarnos qué sucederá con todos aquellos que no conocen a Jesús o que no escucharon hablar lo suficiente de Él, si están o no condenados. Se trata de un caso distinto, y podemos tener por cierto que Dios juzgará la vida de cada persona con misericordia y justicia. Además, podemos asumir que cada persona se encuentra con Cristo después de la muerte, pues Él descendió al Reino de los muertos, a los infiernos, como decimos en el Credo. ¿No podrían acaso encontrarse allí con Él aquellos que no le conocieron en vida, si Él es la puerta al Reino de los cielos?

Sin embargo, en la situación que nos presenta hoy el evangelio de San Juan, Jesús se dirige a personas que lo ven y lo escuchan, y que además conocían sus obras. A ellos quiere darles a entender que el encuentro con Él es la vida, la respuesta a todas sus búsquedas e inquietudes, el cumplimiento de su espera del Mesías.
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2023-04-29 23:00:02
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2023-04-29 23:00:01 La perseverancia en medio del sufrimiento es una muestra especial de nuestro amor a Cristo, pues precisamente en estas circunstancias nos vemos tentados a huir del dolor y olvidarnos del Señor. Imaginemos, por ejemplo, la situación de ser perseguidos por causa suya, con el miedo a la muerte que esto implica. No todos son capaces de mantenerse firmes, pues para ello se requiere el don de fortaleza, que siempre podemos pedir.

¿Cómo podremos, pues, adquirir tal firmeza, para poder cooperar también con la gracia de Dios?

En primer lugar, debemos orar siempre, preparándonos para los momentos de tribulación: “Señor, fortalécenos cuando tengamos que sufrir, para que nos mantengamos firmes”. Una oración tal corresponde a la prudencia cristiana y al realismo, pues nunca podemos sentirnos demasiado seguros de nosotros mismos. La experiencia de San Pedro, que negó tres veces al Señor, ha de servirnos de advertencia, para no confiarnos de nuestras propias fuerzas y emociones.

Luego, cuando nos sobrevenga la tribulación, no debemos concentrarnos demasiado en el sufrimiento, desmenuzándolo en todas sus dimensiones, exagerándolo o mencionándolo demasiado ante los demás. Hemos de cuidarnos de caer en la autocompasión y en el victimismo, que suelen aparecer en estas situaciones, y de buscar un falso consuelo en las otras personas.

Es importante aceptar conscientemente el sufrimiento de la mano del Señor y unirlo a su sufrimiento, mediante una oración sencilla como ésta: “Señor, yo acepto de tu mano este sufrimiento. Dame fuerzas y haz que éste dé fruto”. Cuando lleguen las tentaciones de hundirnos en el sufrimiento, es importante elevar una y otra vez el corazón a Dios en la oración e invocar su Nombre. A veces también podemos simplemente llevar ante Él nuestro dolor en el silencio. ¡En estos tiempos nos volvemos más fuertes!

Cuanto más conscientemente aceptemos el sufrimiento y lo sobrellevemos en el Señor, tanto más fácilmente podrá incluso convertírsenos en un pequeño tesoro escondido, en una relación de intimidad con Dios, pues nadie más que Él podrá comprender del todo nuestro dolor.

Con el paso del tiempo, puede suceder que incluso nos sintamos llamados a cargar con aquel sufrimiento, que el Señor nos lo confía como señal de su amor, incluyéndonos así en su plan de salvación y haciéndonos crecer en el amor. Comprenderemos que nos está dando una oportunidad de demostrarle nuestro amor. Así, se puede llegar hasta el punto de agradecerle por habernos considerado dignos de soportar un sufrimiento por su causa.

Si, con la ayuda de Dios, emprendemos este camino, podrá hacerse eficaz aquella gracia de la que habla el Apóstol San Pedro.
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2023-04-29 23:00:00 30 de abril de 2023
Cuarto Domingo de Pascua
“Sufrir por causa del Señor”

1Pe 2,20b-25

Si soportáis el castigo a pesar de haber obrado bien, esto es una gracia ante Dios. Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos un modelo para que sigáis sus huellas. Él no cometió pecado, y en su boca no se halló engaño. Cuando era insultado, no respondía con insultos; cuando padecía, no amenazaba, sino que se ponía en manos de Aquel que juzga con rectitud. Fue él quien, sobre el madero, llevó nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que muriésemos a nuestros pecados y viviéramos para la justicia; y con sus heridas habéis sido curados. Erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas.


En este pasaje bíblico, San Pedro exalta de forma particular el sufrimiento, que para nosotros, los hombres, es un tema difícil de comprender.

De hecho, el sufrimiento puede ser también la consecuencia de pecados y errores, que ha de servir como una medida pedagógica para que uno vuelva a buscar el camino recto. Pero la lectura de hoy no se refiere a esta clase de sufrimiento. Antes bien, se dirige a aquellos que sufren a pesar de haber obrado bien y cumplido la Voluntad de Dios. Si permanecen en el camino recto aunque les sobrevenga sufrimiento, entonces su dolor se une directamente al de Cristo.

Estas palabras de San Pedro nos recuerdan a una de las bienaventuranzas: “Bienaventurados cuando os injurien, os persigan y, mintiendo, digan contra vosotros todo tipo de maldad por mi causa” (Mt 5,11).

El texto incluso dice que un sufrimiento de este tipo sería una “gracia ante Dios”. Ahora bien, la gracia es una manifestación del amor de Dios. ¿Cómo se puede entonces entender que un sufrimiento, sea el que fuere, es una gracia, si lo experimentamos siempre como una restricción en nuestra vida?

Esta definición sólo puede entenderse si se tiene presente la dimensión expiatoria y redentora de la Pasión de Cristo. Precisamente esto es lo que describe a continuación San Pedro, recordándonos lo que el Señor padeció por nosotros.

Imitándolo a Él, el sufrimiento que se carga se convierte en un sufrimiento redentor. Tenemos parte en el sufrimiento de Cristo; más aún, nos unimos a Él. Dios transforma desde dentro lo pesado y agobiante del sufrimiento, y nos lo retribuirá como mérito.
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2023-04-28 23:00:25
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2023-04-28 23:00:24 El Señor hizo realidad lo que había prometido a los discípulos: Él acreditaba su misión a través de signos y milagros, y les hacía partícipes de su propio poder (cf. Mc 16,17-18).

Al ver estas curaciones milagrosas e incluso la resurrección de muertos, como sucede en el relato de este día, podría plantearse la pregunta: ¿Será que estos sucesos extraordinarios eran un regalo particular para los inicios de la Iglesia, y luego, cuando cesaron las persecuciones y la Iglesia pudo extenderse oficialmente por doquier, tales milagros ya sólo ocurrían esporádicamente? ¿O será que esta disminución es signo de un decrecimiento en la fe y de haberse frenado ese impulso y fervor que encontramos en los primeros inicios de la Iglesia?

Si reflexionamos sobre esto, habría que cuestionarse si acaso en el tiempo actual los signos y milagros son menos necesarios; o si Dios ya no nos muestra tanto su favor hoy como lo hacía en otros tiempos. Esta última opción parece impensable, porque es el mismo Dios, cuyo Ser es inmutable y que tanto entonces como ahora hace milagros.

Otro cuestionamiento sería si acaso estamos ya tan “maduros” en la fe que no necesitaríamos signos y milagros, pues la fe permanece en pie aun sin tales prodigios.

Ciertamente nuestra fe no debería ser dependiente de señales milagrosas, ni tampoco debemos basarla principalmente sobre tales sucesos extraordinarios. No obstante, los signos son grandes dones de Dios y están al servicio del anuncio del Señor, como se nos testifica en tantos relatos. Los milagros son particularmente importantes para aquellos que han de llegar a la fe al ver estos signos; o, mejor dicho, éstos pueden ser para ellos una gran ayuda para convencerse de la fe. Así fue como sucedió en el relato de hoy, que afirma que todos los habitantes de Lida y Sarón se convirtieron al ver curado al paralítico.

Entonces, sería bueno que también hoy en día el anuncio del evangelio estuviera acompañado por signos y milagros. Por eso, tenemos que orar para que se dé un despertar en la fe, para que el Señor conceda estos signos visibles de su presencia, de manera que las personas acojan la fe con más facilidad.

Si la causa de que se haya reducido ese gran don de realizar signos y prodigios en Nombre del Señor sería un debilitamiento en la fe, entonces tendría que darse un despertar de esta fe, para que vuelvan a manifestarse aquellos signos que han de confirmar el anuncio.

Que todo sea para la gloria de Dios, también los signos y milagros, de manera que, como concluye la lectura de hoy, muchos crean en el Señor.
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2023-04-28 23:00:23 29 de abril de 2023
Sábado de la Tercera Semana de Pascua
“Signos y milagros al servicio de la evangelización”

Hch 9,31-42

Por aquel entonces, las iglesias gozaban de paz en toda Judea, Galilea y Samaría, pues crecían y progresaban en el temor del Señor, y estaban llenas de la consolación del Espíritu Santo. Pedro, que andaba recorriendo todos los lugares, bajó también a visitar a los santos que habitaban en Lida. Encontró allí a un hombre llamado Eneas, un paralítico que llevaba ocho años tendido en una camilla. Pedro le dijo: “Eneas, Jesucristo te cura. Levántate y arregla tu lecho.” Y al instante se levantó. Todos los habitantes de Lida y Sarón, al verle curado, se convirtieron al Señor. Había en Jope una discípula llamada Tabita, que traducido significa “Gacela”. Era muy generosa haciendo buenas obras y dando limosnas. Por aquellos días enfermó y murió. La lavaron y la pusieron en la estancia superior. Lida está cerca de Jope, y los discípulos, al enterarse que Pedro estaba allí, enviaron dos hombres con este ruego: “No tardes en venir donde nosotros.” Pedro partió inmediatamente con ellos. Así que llegó, le hicieron subir a la estancia superior y se le presentaron todas las viudas llorando y mostrando las túnicas y los mantos que Gacela les había confeccionado cuando estuvo con ellas. Pedro hizo salir a todos, se puso de rodillas y oró. Después se volvió hacia el cadáver y dijo: “Tabita, levántate.” Ella abrió sus ojos y, al ver a Pedro, se incorporó. Pedro le dio la mano y la levantó. Luego llamó a los santos y a las viudas y se la presentó viva. Cuando el suceso se divulgó por Jope, muchos creyeron en el Señor.

Grandes signos y milagros acompañaban el anuncio de los apóstoles, y sucedía precisamente aquello que el Señor había proyectado a través de estas señales de su bondad: las personas abrazaban la fe. Y no era sólo uno que otro que se convertía; sino enteras poblaciones.

Este hecho nos muestra claramente que la fe no está destinada únicamente a ciertos círculos; sino a todas las personas. Por eso, la Iglesia debe poner mucha atención a que la fe siga siendo un asunto público, y no sea relegada por los poderes civiles a una mera cuestión de la vida privada. Siempre ha estado el intento de reprimir el mensaje de la fe y convertir a la religión en un asunto privado, para poder controlarla mejor y, de ser posible, quitarle su influencia sobre el ámbito público.

En la Iglesia naciente, las cosas eran distintas. Si bien era perseguida y se hacía todo lo posible para frenar su difusión, los relatos de los Hechos de los Apóstoles nos muestran que sucedía todo lo contrario. Resulta que los que se dispersaban a causa de la persecución, llevaban el evangelio a otras regiones (cf. Hch 8,4); un perseguidor como Saulo de Tarso se convierte en pregonero de la Buena Nueva; el Señor obraba grandes signos y milagros a través de los apóstoles; localidades enteras se convertían, como escuchamos en la lectura de hoy.
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2023-04-27 23:01:33
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2023-04-27 23:01:32 El sentido de todas estas palabras del Señor se nos revela en la Santa Misa, que es la actualización de su sacrificio. En la santa comunión, Cristo se nos entrega simbólica y realmente como alimento espiritual, que nutre nuestra vida interior. Si lo recibimos en estado de gracia, el Señor se une cada vez más a nosotros, y podemos vivir de Él.

De muchas maneras que se adaptan a nuestra comprensión humana, el Señor quiere darnos a entender el misterio de su venida, el misterio de su Persona.

No vino a nuestro encuentro sobre las nubes del cielo y envuelto en toda su gloria, como lo hará en su Segunda Venida al Final de los Tiempos. Antes bien, lo vemos como hombre, que, a pesar del milagro de su concepción virginal, tiene una madre, como todos nosotros, y un padre nutricio, San José. Dios se hace niño y se deja tratar como se trata a un niño. También aquí Dios quiere dársenos a entender y entra en nuestra historia humana: Jesús recibe un nombre, se conoce el lugar donde creció, sabemos quiénes fueron sus discípulos… Podríamos seguir enumerando las diversas formas en que Dios se nos hace presente, hasta llegar a su presencia en la Iglesia, a través de los sucesores de los apóstoles, los obispos; y a través del sucesor de Pedro, el Papa.

Todo esto nos deja claro que la venida del Señor no es simplemente un mito o una historia piadosa que nos transmite una moraleja. ¡No! ¡Se trata realmente de la venida del Hijo de Dios al mundo, para redimir a los hombres! Él entrega su propia vida para pagar nuestras culpas y rescatarnos del poder del mal.

En la actualización de su Pasión y Muerte en el Santo Sacrificio de la Misa, se nos otorgan los frutos de la Redención. La verdadera vida es creer en Él, permanecer en su Palabra, recibir sacramentalmente su cuerpo y su sangre. “Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí.”

Así, vemos que este pasaje, en toda su profundidad, puede resultarnos muy sencillo de entender. Del mismo modo que necesitamos el alimento diario para mantenernos con vida, así necesitamos a Dios día tras día, para que la vida eterna, que obtendremos a plenitud después de esta vida, pueda empezar a desarrollarse desde ya. Jesús no sólo quiere transmitírnoslo teóricamente, sino que nos da todo para que podamos adquirir esta vida.
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2023-04-27 23:01:31 28 de abril de 2023
Viernes de la Tercera Semana de Pascua
“El pan de vida”

Jn 6,52-59

En aquel tiempo, discutían entre sí los judíos y decían: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”
Jesús les dijo: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre.”
Esto lo dijo enseñando en la sinagoga, en Cafarnaúm.

Las palabras que hoy escuchamos de boca del Señor no son fáciles de entender. Sin embargo, aunque no comprendamos todo, en realidad el Señor se adapta aquí a nuestra forma de pensar, y especialmente a la forma de pensar de los judíos de aquella época.

La incomprensión de las palabras del Señor y de los sacramentos cristianos llegó a tal punto que, en el mundo pagano-romano, se pensaba al inicio que los cristianos practicaban el canibalismo en sus extraños y secretos ritos, pues creían que ingerían verdaderamente carne y sangre humana.

Su historia les recordaba a los judíos que Dios había hecho descender maná del cielo para alimentar a su pueblo en el desierto, y después los nutrió también con codornices (cf. Ex 16).

Jesús hace alusión a este maná, y quiere dejar en claro a los que lo escuchaban que Él mismo es este pan bajado del cielo. Los israelitas necesitaban el maná para sobrevivir en el desierto. Y ahora el Señor quiere que los judíos entiendan que, así como requieren el pan para vivir, así lo necesitan a Él. Sus cuerpos pueden preservar la vida sólo si ingieren alimento. Del mismo modo, el alma necesita al Señor, que se entrega a sí mismo como alimento. Sólo podrá desplegarse y florecer en nosotros la vida sobrenatural si comemos de este pan y bebemos de esta sangre.

Al hablar de la sangre, se hace alusión a los sacrificios, que eran esenciales en el culto judío. Eran un símbolo del perdón de los pecados. Con la muerte del Señor, que es nuestro sacrificio expiatorio, el cordero llevado al matadero, todos los anteriores sacrificios adquieren su verdadero significado como preparación para el sacrificio único de Cristo.
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