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Meditaciones diarias del Hno. Elías

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2023-05-15 23:01:02

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2023-05-15 23:00:35 16 de mayo de 2023
Meditaciones sobre el Espíritu Santo (3/14)
“La mansedumbre”


Amado Espíritu Santo, dulce huésped de las almas,
infunde en nosotros el espíritu de mansedumbre;
aquel espíritu que todo lo penetra,
que transforma el corazón y lo hace dócil,
que lo purifica de toda dureza,
que es tan suave y dulce como Tu Amada Esposa, nuestra Madre María.

“Dichosos los mansos, porque ellos heredarán la tierra” (Mt 5,5)

En lugar de forzarnos, Tú, Espíritu Santo, nos seduces con tu amor.
Prefieres darnos a saborear tu amor como miel, antes que ofrecernos hierbas amargas, aunque a veces las mereceríamos.

A tu amigo, el profeta Elías, te manifestaste como una suave brisa, mientras él creyó encontrarte en la tormenta. Pero una vez que percibió tu afable presencia, se cubrió el rostro (cf. 1Re 19,11-13).

¡Se requiere valentía para ser manso! En efecto, la mansedumbre no es sentirse indefenso y expuesto, ni tampoco ser cobarde y evitar toda confrontación. ¡Ésta no es la verdadera mansedumbre! Ella es firme en su interior y está enraizada en la verdad. Por eso, no necesita recurrir a la violencia.

Sencillamente, la mansedumbre es como Tú, Amado Espíritu Santo; ella hace parte de tu ser, porque tampoco Tú ejerces violencia al guiar a las almas. En tu infinita bondad, infundes la verdad en nuestro interior. Contigo, el amor y la verdad sellan una alianza indisoluble: el amor transmite suavemente la verdad, y la verdad consolida el amor.
Nosotros hemos sido creados tanto para el amor como para la verdad, y en lo profundo somos receptivos para ambos. Pero muchas veces no entendemos bien el verdadero amor y la verdad nos parece dura, de modo que se distorsiona la imagen de nuestro Padre. Sin embargo, ¡Él nos ama tan tiernamente! Es precisamente la mansedumbre la que nos permite reconocerlo como Él es en verdad y entenderlo en tu luz, oh Espíritu Santo.
Entonces, pongámonos juntos manos a la obra, no tensos, pero vigilantes. Te ofrecemos nuestro corazón con toda la dureza que aún hay en él, con todos sus oscuros abismos, con todos los bloqueos y resentimientos que aún podamos tener hacia otras personas. Tú simplemente derramas Tu amor en nuestro corazón, y allí donde este amor encuentra obstáculos, Tú tocas a la puerta y llamas con insistencia para que te dejemos entrar. Entonces empiezas a derribar capa por capa, y a derretir el hielo alrededor de nuestro corazón, porque Tú eres el amor entre el Padre y el Hijo. Y allí donde el hielo derrite, queda sitio para que resplandezca continuamente el sol de salvación. ¡Se acaba la “edad de hielo” en nuestro corazón!

Y si esto puede suceder en mí, ¿por qué no habría de ser posible también en los demás? Quizá cuando haya llegado a ser más manso, pueda ayudar mejor a conquistar la Tierra para ti (cf. Mt 5,4).
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2023-05-14 23:01:11 15 de mayo de 2023
Meditaciones sobre el Espíritu Santo (2/14)
“Un corazón puro”

Amado Espíritu Santo, Tú que eres la luz eterna y pura, ven y penetra en nosotros, para que nada quede escondido ante ti; para que ninguna sombra pueda subsistir en nuestra alma; para que la oscuridad retroceda y todo quede inflamado por tu amor. Despiértanos de toda letargia y purifica nuestro corazón, para que pueda amar como Dios ama, como Tú amas; para que Tú y yo estemos unidos hasta lo más íntimo en la alabanza a la gloria de Dios.

“¡Oh Dios! Crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme” (Sal 51,12)

Tú, Amado Espíritu Santo, eres “un Espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, ágil, perspicaz, inmaculado, claro, impasible, amante del bien, agudo, libre, bienhechor, filántropo, firme, seguro, sereno, que todo lo puede, todo lo controla y penetra en todos los espíritus: los inteligentes, los puros, los más sutiles”. (Sab 7,22-23)

Cuando escucho todas estas descripciones de tu Ser, Amado Espíritu, pienso en mi pobre corazón y veo cuántas preocupaciones innecesarias moran aún en él, cuán disperso e inconstante es, cuán susceptible y a menudo tan duro, tan ciego y egocéntrico… Si no fuera porque sé que Tú siempre estás ahí, y, aun siendo todo puro, no escatimas el abajarte para entrar en mí y purificarme, no sabría qué hacer conmigo y con toda mi oscuridad, y terminaría sucumbiendo en mi propio abismo.

“¡Oh Dios! Crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme”

¡Tú no eres como yo! Todo lo oscuro que hay en mi corazón no existe en ti, porque Tú eres luz sin sombra y amor sin límites… ¿Sabes qué es lo que amo especialmente en ti? Que Tú luchas por conquistarme, y lo mismo haces con cada persona. Tú quieres atraerme a mí, pobre e impura criatura, para renovarme y moldearme a imagen de Dios. ¡Tú nunca te cansas ni disminuye tu amor! Por eso confío en ti más que en mí mismo, más que en todas las otras personas, por bondadosas que sean, porque Tú lo penetras todo y tu amistad es mi alegría.

“¡Oh Dios! Crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme”

Pero, Amado Espíritu Santo, Tú también eres exigente, como corresponde a la esencia del amor. Tú no quieres ser un huésped ocasional, que viene por un momento y luego ya no se le presta atención. Tú quieres conquistarme, para que ya no anhele otra cosa que vivir en tu luz.

Por eso Tú no me sueltas aun cuando yo me duermo espiritualmente, cuando no me esfuerzo lo suficiente por trabajar en mi corazón, cuando me descuido, cuando cierro los ojos ante mis imperfecciones voluntarias, cuando me entrego a pensamientos tontos e innecesarios, cuando ofendo la castidad, cuando lleno mi corazón con bienes pasajeros, cuando no me domino y cedo a mis malas inclinaciones.

Entonces, Tú vienes para advertirme y recordarme el bien imperecedero, para enseñarme que no hay piedra preciosa que te iguale a Ti y que, en comparación contigo, el oro parece arena y la plata no es más que barro. Entonces, Tú me traes a la memoria a tu amigo San Pablo, que todo lo consideraba basura con tal de ganar a Cristo (cf. Fil 3,8).

“¡Oh Dios! Crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme”

Y si te escucho a ti, Tú vuelves a ponerme en pie y toda la fascinación del mundo se desvanece. “En mi interior me inculcas sabiduría” (Sal 51,8), y me atraes al silencio para que pueda escucharte. Y luego vuelves a enviarme a anunciar el infinito amor del Padre.

¿Sabes, Espíritu Santo? En realidad no deseo otra cosa sino escucharte a ti. ¿Adónde iré, si Tú ya has venido a nosotros? Vayamos juntos, para que el mundo crea y tu luz pueda brillar en muchos corazones y purificarlos. Entonces, oh Espíritu Santo, habrá llegado el Pentecostés del amor.
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2023-05-14 23:01:01

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2023-05-13 23:01:04 14 de mayo de 2023
Meditaciones sobre el Espíritu Santo (1/14)
“La longanimidad”

“¡Oh Espíritu Santo, Tú, beso del Padre y del Hijo; Tú, dulcísimo y profundísimo beso!” (San Bernardo de Claraval)

Queremos conocerte mejor y aprender a amarte. Por eso, desciende sobre nuestra alma, “como el sol que, de no encontrar obstáculos e impedimentos, lo ilumina todo; como una saeta encendida, que no se detiene por el camino, sino que llega hasta las últimas profundidades que encuentra abiertas, y allí descansa. Tú no te detienes en los corazones soberbios y en las inteligencias altaneras, sino que pones tu morada en las almas humildes” (Santa María Magdalena de Pazzis). Ilumínanos en estos días, mientras nos preparamos para la Fiesta de tu descenso, Tú que eres nuestro consuelo y maestro, el Esposo de nuestra alma, nuestro santificador…

“El amor es paciente” (1Cor 13,4)

La longanimidad es un maravilloso fruto tuyo, oh Espíritu Santo, que madura en aquellas almas que te escuchan y no se desaniman en el largo trayecto. Se asemeja a la paciencia, pero la longanimidad se relaciona más con los bienes del espíritu. Abarca la perseverancia y la constancia, y así hace que el alma sea fuerte y capaz de sufrir. Así, la longanimidad crece como fruto de una íntima relación contigo. Es de origen divino, como atestigua el Apóstol Pablo:

“Por eso he alcanzado misericordia, para que yo fuera el primero en quien Cristo Jesús mostrase toda su longanimidad, y sirviera de ejemplo a quienes van a creer en él para llegar a la vida eterna”. (1Tim 1,16)

La longanimidad de Dios nos llama a la conversión. En ella se nos revela su perseverancia, su amor constante, su disposición a soportarnos sin apartarse de nosotros, el mantener su corazón abierto para nosotros aun cuando nos cerramos, el ofrecimiento de su perdón incluso cuando lo rechazamos… ¡Él nunca se rinde; sino que lucha por conquistar nuestro amor e intenta hablarnos!

El amor es paciente…

Y este maravilloso fruto del Espíritu nos llama a que también nosotros practiquemos la paciencia y longanimidad: “Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de entrañas de misericordia (…) y de paciencia” (Col 3,12)

Así Tú, Amado Espíritu Santo, quieres que también nosotros lleguemos a ser longánimos y pacientes, que aprendamos a tratar a las otras personas al modo en que Tú lo haces, que estemos dispuestos a perdonar una y otra vez, que mantengamos el corazón abierto, que sepamos soportar a los otros y a veces también a nosotros mismos; que seamos capaces de esperar con perseverancia y nos esforcemos con constancia en practicar el bien…

Amado Espíritu Santo, queda mucho trabajo por hacer: habrá que remover toda soberbia, toda jactancia, toda vanidad y obstinación en querer tener la razón; en fin, todo obstáculo… de manera que tu fruto pueda crecer en nosotros. ¡Gracias a Dios, Tú eres tan longánimo y paciente conmigo!

El amor es paciente…

Te pido que juntos, oh Espíritu Santo, nos pongamos en camino: concédeme un largo aliento y perseverancia. Ayúdame a refrenar mi impaciencia y a no dejarme llevar por mi impulsividad ni por la marea de sentimientos que quiere dominarme inmediatamente. ¡Que te invoque a ti cuando se agote mi paciencia y esté en peligro de volverme injusto! Recuérdame cómo eres Tú conmigo: tan paciente y longánimo.

¡Que tu amor se haga eficaz en mí, para que me convierta en un auténtico testigo de mi Señor! Tú no te contentas con llegar a mí, sino que has sido enviado por el Padre y el Hijo para llevar a plenitud su obra. Tú quieres devolver al camino al hombre que, en tu paciencia, viste extraviarse. Y si Tú eres longánimo, también yo quiero llegar a serlo, para trabajar con perseverancia en la viña del Señor. Fortaléceme cuando yo me canse, adviérteme cuando me descuide, hazme dispuesto a seguirte en todo…
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2023-05-07 23:01:57
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2023-05-07 23:01:56 No es difícil darnos cuenta de que, en el entorno en que nos movemos, a menudo ya no se respetan estos mandamientos de Dios. Incluso dentro de la Iglesia –lo cual resulta particularmente trágico-- hay corrientes que afirman que ya no se debe mantener al pie de la letra todo el contenido del sexto mandamiento. Recordemos, por ejemplo, que en muchos países la Iglesia apenas toca el tema de la castidad antes del matrimonio…

Por ello, nuestra voluntad debe unirse plenamente a la de Dios, y a Él hemos de pedirle la fuerza para ser fieles a aquello que hemos reconocido como verdadero y que nos ha sido transmitido por la auténtica doctrina de la Iglesia. Esto es lo que significa “permanecer en la palabra del Señor”, de manera que Dios pueda morar en nosotros. Ciertamente Él, en su infinito amor, busca siempre al pecador; sin embargo, no puede establecer su morada en la persona que no vive según sus mandamientos.

Se requiere mucha vigilancia para permanecer en la Palabra del Señor. Por ello, es importante no descuidar nunca la vida espiritual, acoger profundamente la Palabra de Dios, recordarla frecuentemente en la oración y recibir los sacramentos como un regalo que se nos da.
En su inmensa bondad, Dios nos otorga el don del Espíritu Santo para este camino de vigilancia: “Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho.” Es el Espíritu Santo quien nos recuerda que hagamos aquello que el Señor quiere de nosotros. Y no sólo nos lo recuerda, sino que además nos da una fuerza que supera nuestra propia capacidad, de modo que seamos capaces de permanecer en la Palabra del Señor.

Por tanto, si vivimos en constante contacto con el Espíritu de Dios, Él nos fortalecerá en las situaciones concretas en que corremos el peligro de olvidarnos de la palabra del Señor, frente a las tentaciones o distracciones que quieren imponerse en el primer plano de nuestra vida.

No podemos olvidar que las tentaciones no siempre se abalanzan directamente sobre nosotros. Frecuentemente les preparamos el terreno cuando descuidamos los deberes religiosos, cuando nos volvemos más mundanos, cuando prestamos demasiada atención a cosas poco importantes o secundarias, cuando dejamos de trabajar en nuestras imperfecciones y no evitamos lo suficiente los pecados veniales, etc. Todo esto debilita nuestra atención hacia Dios y nos hace más susceptibles de caer en la tentación.

Es, pues, el Espíritu Santo quien nos recuerda todo lo que el Señor dijo y, por tanto, también nos recuerda todos los buenos consejos que hemos recibido para mantener en pie la relación íntima con Dios. Él es nuestro auxilio, que nos habla en los más diversos modos; es el amigo de nuestras almas, que se preocupa de que vivamos plenamente en la gracia, de manera que Dios pueda poner su morada en nuestro interior.

¡No existe ningún amigo o consejero mejor que Él!
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2023-05-07 23:00:01 8 de mayo de 2023
Lunes de la Quinta Semana de Pascua
“Permanecer en la Palabra”

Jn 14,21-26

Jesús dijo a sus discípulos: “El que tiene mis mandamientos y los lleva a la práctica, ése es el que me ama; y el que me ama será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él.”
Le preguntó Judas –no el Iscariote–: “Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?” Jesús le respondió: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará; y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho.”

Hoy Jesús nos muestra claramente que el amor a Él consiste, en primer lugar, en cumplir sus mandamientos, es decir, permanecer en su Palabra. Esta afirmación puede resultarnos un poco sorprendente en un primer momento, pues estamos acostumbrados a asociar el amor con el plano de los sentimientos. Aunque sin menospreciar la dimensión emocional, que naturalmente también hace parte del amor y le da una especial calidez, el evangelio de hoy se dirige más bien a la voluntad del hombre.

La voluntad es aquella libertad, aquella potencia del amor que nos da sido dada para podernos decidir para lo que es correcto, y luego poner en práctica esta decisión. Ahora bien, los mandamientos de Dios y la Palabra del Señor son lo correcto por excelencia. No existe nada más importante que esforzarse por vivir plenamente de acuerdo a sus mandamientos y permanecer en su Palabra. De hecho, la vida eterna es la recompensa que se nos promete por cumplir los mandamientos (cf. Prov 4,4).

Como personas de fe, nos resulta totalmente lógico y comprensible todo lo dicho hasta aquí. Sin embargo, frente a las diversas tentaciones que nos atacan en el camino, la dificultad está en mantener en pie esta decisión fundamental de cumplir los mandamientos y permanecer en la Palabra.

De hecho, no se trata solamente de guardar los mandamientos en su contenido literal; sino que el Señor nos muestra también las actitudes más sutiles que hacen parte del cumplimiento de los mandamientos en su sentido más profundo. Tomemos como ejemplo el sexto mandamiento, que prohíbe el adulterio: Jesús va más allá y nos dice claramente que se comete adulterio en el corazón con sólo mirar a una mujer para desearla (cf. Mt 5,28). A esto vienen a añadirse también todas las instrucciones morales que nos da la Iglesia en lo referente al manejo de la sexualidad.
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2023-05-06 23:00:45 NOTA: Puesto que hoy es el día 7 del mes, que siempre lo dedicamos de forma especial a nuestro Padre Celestial, queremos invitaros a escuchar los “3 minutos para Abbá”, que es un pequeño impulso que publicamos a diario con el fin de profundizar la relación de confianza con Dios Padre. Podéis encontrarlos en los siguientes enlaces:
-Telegram: https://t.me/tresminutosparaabba
-Facebook: https://www.facebook.com/AmadoPadreCelestial
-Página web: https://www.amadopadrecelestial.org/3-minutos-para-abba
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2023-05-06 23:00:45 No tendría que pasar mucho tiempo hasta que los discípulos se encontrasen en una situación que no es muy distinta de la que nosotros, los cristianos, tenemos hoy en día. Nosotros no podemos ver corporalmente a Jesús, pero lo reconocemos a través de la fe, que el Espíritu Santo despierta en nuestros corazones; lo reconocemos por la Palabra que nos ha dejado; lo reconocemos en la Santa Eucaristía y de muchas otras maneras que el Espíritu Santo nos concede.

Este Paráclito, el Espíritu Santo, es a quien los discípulos necesitaban en su tiempo, así como nosotros lo necesitamos hoy en día. Es Él quien permanece junto a nosotros, señalándonos el camino recto, conduciendo a salvo a la Iglesia a través del tiempo, siempre y cuando Ella le obedezca y le guarde fidelidad.

Así como el Padre nos envía a su Hijo para dársenos a conocer a través suyo, así el Padre y el Hijo nos envían al Espíritu Santo para completar su obra. Esta es la razón por la que Jesús dice a los discípulos que les conviene que se vaya; que es justo que vuelva al Padre para poder enviarles al Paráclito y llevar a culmen su misión.

Así como el Hijo no habla por su propia cuenta, sino que pronuncia las palabras del Padre y cumple su Voluntad (Jn 12,49); así mismo el Espíritu Santo “no hablará por sí mismo, sino que dirá todo lo que oiga y os anunciará lo que va a venir”.

El Señor todavía hubiera tenido muchas cosas que decir a los discípulos, pero ellos no podían sobrellevarlas aún. Por eso, le corresponde al Espíritu Santo conducirlos a la verdad plena. Y a este Espíritu Santo –el Amigo de nuestras almas– también le ha sido encomendada la obra de la santificación de las almas.

Nosotros, los cristianos que vivimos en el tiempo actual y que no hemos visto físicamente a Jesús, podemos, no obstante, entrar en una relación con nuestro Redentor que no es menos íntima que la de los discípulos con su Maestro. Nuestro Amigo divino, que ha sido enviado sobre nosotros, nos recuerda todo lo que Jesús dijo e hizo (Jn 14,26). Él es la memoria viva y siempre actual de las palabras y obras de Jesús. Además, a lo largo de los siglos, el Espíritu Santo ha llevado a la Iglesia a una comprensión más profunda de muchas cosas que hoy podemos saber, y la ha instruido.

Por tanto, podemos hoy decir que, efectivamente, convenía que el Señor se nos adelantara para prepararnos las moradas. Sí, fue bueno para los discípulos y su tristeza se convirtió en alegría.

Ahora aguardamos el Retorno glorioso de Nuestro Señor, y es el Espíritu Santo que nos ha sido enviado quien nos prepara para salir a su encuentro.
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