2023-04-24 23:00:51
La humildad significa simplemente someterse al Señor; darle a Él el primer lugar en todo; acoger de su mano todos los dones, con gratitud y alabanza; servirle con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas; imitar su ejemplo…
Por supuesto que hay que recorrer un camino hasta llegar ahí. En este proceso, nos encontraremos con la soberbia e iremos descubriendo en nuestro interior sus ramificaciones: primero las que son más evidentes y, cuanto más despierte en nosotros el amor a Dios, también aquellas que son más sutiles. Aunque empecemos a amar la humildad como virtud, esto no significa aún que ya la hayamos alcanzado.
En efecto, no es tan fácil practicar concretamente la virtud de la humildad, aunque, por ejemplo, la escuela del Carmelo ofrezca algunos consejos específicos. La humildad crece más bien como fruto del auténtico camino de seguimiento de Cristo, cuando en todas las circunstancias, sean exteriores o interiores, acogemos la guía de Dios y superamos, con su gracia, todas las resistencias que surjan en nuestro interior.
Cuando nos chocamos con nuestro propio orgullo, que se manifiesta cuando nos auto-ensalzamos, cuando nos creemos muy importantes o cuando, en lugar de centrar la mirada en Dios, nos miramos a nosotros mismos; es importante que percibamos estas actitudes. Tenemos que darnos cuenta cuando los pensamientos y sentimientos vanidosos y autocomplacientes quieren invadirnos, dominarnos e influir en nuestras acciones y palabras. El sincero cuestionamiento de si estamos buscando la gloria de Dios o nuestra propia gloria, puede convertírsenos en el criterio para conocernos mejor a nosotros mismos y para corregirnos con la ayuda de Dios.
Una clave para crecer en humildad es la gratitud, tanto frente a Dios como frente a las personas. La gratitud nos hace salir de la tensa prisión en nuestro propio ‘yo’, y abre nuestros ojos para reconocer el actuar de Dios y de la otra persona. Así, reconocemos que hay tanto que agradecer…
Al mismo tiempo, la humildad crece como fruto cuando alabamos y glorificamos a Dios, porque también aquí nos desprendemos del apego a nosotros mismos, al reconocer y regocijarnos en Dios y en sus grandes obras.
Otra práctica para entrenarse en la humildad es el servicio al prójimo, que será tanto más eficaz cuanto más nos olvidemos de nosotros mismos. Cuanto menos exijamos interiormente la gratitud de la otra persona por el servicio que le brindamos, tanto más podrá desplegarse la belleza de la humildad. Sí, la humildad tendrá la mejor oportunidad de crecer cuando sirvamos precisamente a aquellas personas que no pueden darnos nada a cambio.
Otro aspecto importante en la escuela de la humildad es saber reconocer lo bueno en la otra persona. Esto no significa, de ninguna manera, que la idealicemos; sino que veamos lo que Dios está obrando en ella; y cómo ella, a su vez, colabora en la obra de Dios. Si nos quedamos solamente en elogiar a la persona, es un indicio de que probablemente hacemos lo mismo con nosotros mismos, en lugar de atribuirle todo lo bueno a Dios, como su última fuente.
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