2023-06-08 03:02:47
Comentario a Marcos 12, 28-34:
No solo hay que leer, sino que hay que leer con atención. Hay que leer escuchando, de alguna manera. Es verdad que leer los Evangelios nos va introduciendo lentamente en el corazón de Jesús, casi por inercia, por ósmosis, como se dice. Nos va introduciendo en el misterio de su vida, pero también es verdad que no pasa por leer solamente u oír así no más, como quien lee una historia cualquiera, una novela, sino que es un leer distinto. Es un leer creyente, con fe… es un leer que escucha y saborea día a día. Es un leer que implica mucho corazón. Sé que esto que te planteo parece un poco imposible, algo imposible, pero no lo es si empezamos a experimentarlo y a disfrutar de la Palabra de Dios y nos empieza a gustar. «Gusten y vean qué bueno es el Señor», dice un Salmo. Si la escuchamos así, si la leemos así, la empezaremos a desear.
Alguien me dijo una vez: «Padre, recién ahora, con 4 hijos estoy aprendiendo a ser padre». Las cosas en la vida son fáciles al leerlas, al estudiarlas, cuando nos la cuentan, sin embargo, no lo son cuando las vivimos. No son parte de nuestra vida hasta que no las experimentamos en carne propia, no hacemos la experiencia y la asimilamos. Puedo saber de memoria el Evangelio, citarlo de lado a lado, de memoria, contrarrestar a todo el mundo que me habla y yo le contesto con la Palabra de Dios, pero puedo no vivirla. Puedo todavía no entenderlo, no aceptarlo, en el fondo. El Evangelio se vive cuando en todo «veo, huelo, siento, gusto y toco», de alguna manera, a Jesús. Cuando todo lo que leo, tanto lo que me cae bien como lo difícil, lo veo después «en la calle», en la vida concreta. Lo veo y experimento en el mundo.
Las palabras de Dios son fuente de vida que enseñan a vivir bien y vivir como hijos de Dios, como Dios quiere, «como Dios manda», como se dice… marcan el rumbo de cada acción e iluminan, poco a poco, los pensamientos. «¡Escucha, hija, mira y presta atención! Olvida tu pueblo y tu casa paterna, y el rey se prendará de tu hermosura. Él es tu señor: inclínate ante él», dice el Salmo 45. Así habla Dios y ¿por qué no adaptarlo en este día para nosotros? «Escuchá hijo, escuchá hija, mirá, prestá atención, olvidá lo que tenés que hacer hoy. Olvídate por un rato de tus preocupaciones, olvidá tus afectos por un momento, olvidá lo que te inquieta, lo que tenés que hacer, lo que pensás que es importante. El rey, tu Dios, que es tu Padre, se enamorará de tu hermosura». Está enamorado de tu hermosura una vez más, estés como estés, de la hermosura de tu corazón, triste puede ser, encerrado, cabizbajo, como no sabiendo para dónde ir, pero él está enamorado de nuestra hermosura. El corazón que solo él conoce y solo él puede descubrir. Pero solo nos pide una cosa: tenemos que reconocer que es nuestro Señor, inclinarnos ante él. Quise empezar así el audio de hoy, porque las palabras de Jesús en Algo del Evangelio son una invitación clara a escuchar. En realidad, Jesús viene respondiendo discusiones y pruebas que le ponen, y se podrían decir muchísimas cosas de la respuesta de Jesús. Pero quería centrarme en una que a veces pasa desapercibida a nuestro paladar cristiano, a nuestro paladar del corazón, que a veces no escuchamos la primera palabra importante del mandamiento más importante. ESCUCHA, ESCUCHA.
En otros Evangelios se tendrá tiempo de pensar y rezar en la unidad de los dos mandamientos; algo que creo que ya sabés, las dos cosas. Amando a nuestros hermanos, amamos a Dios. No se puede separar el amor de Dios del amor del prójimo. Amamos más a Dios cuando más amamos a los otros y amamos más a los demás, cuando más amamos a Dios. Pero, de hace cuánto que no reflexionamos sobre el hecho de ESCUCHAR. Lo primero que no hacemos y deberíamos hacer, a veces, en el día, es escuchar. Es leer, pero escuchando. Me dirás: «Bueno, padre, yo estuve escuchando el audio, te estoy escuchando». Pero te diré que ahora estás oyendo, porque escuchar es otra cosa, es un paso más. Se puede escuchar sin oír ningún sonido, se puede oír y escuchar al mismo tiempo.
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