2023-06-06 03:15:37
Algo del Evangelio de hoy nos enseña muchas cosas, pero una de ellas es que, claramente, Jesús no era insensato. Bueno, esto es muy obvio, ¿no? Fue muy bueno, pero no era insensato. No era un ingenuo. Muchas veces, ante los engaños de los otros, nos conviene responder con preguntas, como lo hacía él. La manera más fácil de desenmascarar un engaño, una hipocresía, y saber qué es lo que realmente busca el otro, es –como decimos acá, en Argentina– «retrucar», o sea, elevar la apuesta. Elevar la apuesta para de algún modo confrontar al otro y probarlo, ver qué es lo que responde. Jesús no se dejó engañar por los soberbios de este mundo, que querían que pise el palito o la trampa, y se equivoque, para acusarlo de algo. Por eso, primero lo adularon un poco. Lo adulan en Algo del Evangelio de hoy. Si respondía que había que pagar el impuesto, lo iban a acusar de estar a favor del imperio y en contra de su pueblo y de Dios; si respondía que no había que pagarlo, lo iban a acusar de rebelde, de no someterse a la ley de ese tiempo. Qué cosa tan actual también para nosotros hoy. Qué difícil que es diferenciar qué es lo que es de Dios y qué es lo que es de los hombres, lo que es de los que nos gobiernan, y de nosotros, nuestra independencia sana. Por eso, no podía haber mejor respuesta que la de Jesús: «Den al César lo que es del César y a Dios, lo que es de Dios». Podría ser algo así también: «Esa moneda que tienen en la mano es del emperador, tiene la cara de él, está su cara, pero el corazón finalmente es de Dios, y por eso hay que dárselo a él. En sus corazones está grabada la imagen de Dios, la imagen del Padre está grabada en nuestras almas». ¡Qué maravilla, qué lindo! Cada cosa en su lugar y no dejarse engañar. Eso es lo que tenemos que hacer.
Los cristianos estamos en este mundo y es lindo el mundo que Dios nos dio. Es para agradecer, como decíamos ayer. Pero, al mismo tiempo, no somos de este mundo, somos para otro mundo. No somos para este mundo. Por eso, hay que darle a este mundo, lo que es de este mundo, lo poco que podemos darle, pero a Dios, lo que es de él. ¿Y qué le corresponde al mundo? Es lo que tenemos que aprender a discernir y distinguir. Seguramente, muchas cosas, pero jamás todo el corazón. ¡Cuidado! No le des tu corazón a ningún político, a ningún líder humano, a nadie, a ningún ídolo. ¿Qué tenemos que darle a Dios? Todo, porque todo es de él, especialmente nuestro corazón, que es su «imagen y semejanza». ¿Te acordás de la parábola de ayer? La viña es de él, el mundo es de él, todo fue puesto por él y para él, y por eso todos los frutos son para él. Sin embargo, «este mundo» nos hace olvidarnos quién es el verdadero «César». Con mayúscula, DIOS ES EL VERDADERO REY DE NUESTRA VIDA, el que la debe gobernar. Los reyes de este mundo, los gobernadores de este mundo pasan y pasan, los presidentes también. A ellos les gusta que sus nombres queden grabados en diferentes lugares, en monedas, en billetes, calles, monumentos, lugares públicos y tantas cosas más, pero el único que merece ser grabado en nuestro corazón es Dios, el Dios hecho hombre, Jesús. ¿Entendemos esta verdad tan hermosa, tan maravillosa?
La respuesta de Jesús pone las cosas en su lugar. Da la verdadera jerarquía a las cosas que nosotros, a veces, perdemos de vista. Somos de Dios y para Dios. Dios o nada. Pero, al mismo tiempo, debemos en este mundo cumplir las leyes que nos rigen y nos ayudan a vivir en la sociedad buscando el bien común, por supuesto las que no contradicen la ley de Dios. Un buen cristiano es un buen ciudadano. San Pablo recomendaba rezar por los gobernantes y, de alguna manera, someterse a ellos, porque eran designados por Dios, pero ¡cuidado! A Dios lo que es de Dios. Un buen hijo de Dios cumple las leyes que se orientan al bien común, pero rechaza las leyes que atentan contra el amor de Dios y sus mandamientos. ¿Lo entendemos? «A Dios lo que es de Dios». O sea, ¡todo nuestro corazón, toda nuestra vida!
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